17 de agosto de 2013

La Sala VIP, una experiencia.

El Desgraciado tuvo el privilegio de viajar a Cartagena de Indias en días pasados. Su experiencia en el trayecto fue a todas luces maravillosa. En este texto el autor relata a los lectores su espectacular vivencia en la Sala VIP de Avianca en el Puente Aéreo. 


Entrar a la sala VIP de Avianca en el Puente Aéreo es una acción que tiene todo de sus generis. La concurrencia es magnifica y, afortunadamente, cada vez es más amplia. Ya no solo tienen acceso los viajeros de clase ejecutiva sino también los tarjetahabientes de Priority Pass y los tenedores Platino, Gold y Silver de Life Miles. El conglomerado, feliz y diverso, se atesta en las reducidas butacas y roídos sofás; se aglutina alrededor de las bandejas de comida y hasta baila al son de vallenatos que emanan de improvisados parlantes. El que quiera sentirse en Colombia que haga un trabajo de inmersión en la Sala VIP de Avianca del Puente Aéreo en vísperas de un puente. 

Dentro de la gama de especímenes, protagonistas de este espacio, es posible hallar un considerable número de prestigiosos y bien puestos comerciantes de narcóticos con sus exuberantes y distinguidas parejas, mujeres que han alcanzado sus sueños a través de los cánones enseñados por la profunda y reconocida serie “Sin Tetas no hay Paraíso”. Por si fuera poco, reinan también valiosísimas personas de la emergente clase media que por estar en la Sala incrementan su estratificación por arte de magia y miembros de la clase dirigente con toda clase de gadgets tecnológicos que usan al mismo tiempo reafirmando su capacidad de “multitasking”.

Ante tal escenario la pregunta que inmediatamente surgió en mi intelecto fue ¿dónde está aquella pequeña minoría de personas decentes que lo único que quiere es un whisky antes de abordar un avión? Tardé mucho en encontrarlos. Están aislados en un nuevo mundo que ahora les es hostil: Las salas VIP han dejado de serlo. Los nuevos magnates han mostrado sus dientes (de oro) para asustar a los que dominaban este otrora tranquilo hábitat aeronáutico.

A pesar de la agresividad de la atmósfera decidí (inundado de valentía) ingresar. Mi meta sería conseguir un buen lugar para leer, tomarme una cerveza y deleitarme con alguna de las exquisitas especialidades gastronómicas, cortesía de la aerolínea. 

¡Pobre ingenuo! En esta selva los detentadores del poder marcan los lugares con orina de modo que no existe para los ajenos un lugar para descansar un rato. La soñada comida no pudo ingresar a mis entrañas pues los dueños del sitio arrasaban las bandejas apenas salían de la cocina y no hubo la bienamada cerveza porque los reyes del lugar, coronados con esmeraldas, deben "aprovechar hasta el último lujo" (así lo dijo uno de los insignes prohombres –vestido de gabán y sandalias- que estaba en la barra). 

Quedé en shock. ¿Qué hacer en un área tan ajena y antipática? La respuesta era más que obvia. Un whisky doble calmaría mis nervios. Pero ¿Dónde están las bebidas? Sólo veía un par de cafeteras y tres jarras con jugo y agua. “¡Un whisky por el amor de Dios, esto a palo seco es muy duro!”, le dije a una de las administradoras del lugar gimiendo por un poco de alcohol. Me preguntó si no había nada en la mesa, a lo que pude decir con mis últimos alientos “señorita, si estoy preguntándole es porque claramente no hay botellas allí…”. Luego de un interminable rato, la bella dama gritó: “¡Por Dios! pero si acabamos de poner dos botellas de Sello Negro y una de Vodka… De seguro algún viajero se las llevo completas, llamaré a seguridad". 

Ya hubiese querido ser yo ese viajero que tenía la botella íntegra en su maleta (o en su sangre). Pero no. Alguien me había privado de un trago y ese es un pecado imperdonable. No resistí más la humillación y salí despavorido. Llegué a la sala de espera para la gente no VIP y ahí estuve tranquilo. Pensionados con sus nietos, familias con niños pequeños, trabajadores de cargos medios y un grupo de personas correctas fueron mis acompañantes. 

Para el que busque un contexto refinado recomiendo el espacio dispuesto para la gente común. Ahí estarán lejos de una colectividad en la que cabe desde el hijo menor del mártir Galán hasta los adeptos de alias Popeye. 

14 de junio de 2013

Dicotomía: Entre el Derecho y el Periodismo

Luego de graduarse de Derecho, el Desgraciado optó por separarse de las lides jurídicas. Para ello, aplicó una Maestría en Periodismo en la Universidad del Rosario desde donde tiene planeado iniciar un nuevo ciclo de independencia, de entrega a su pasión y de coherencia con su vida. La presente entrada les presenta a ustedes, queridos lectores, uno de los dos escritos que el bloguero tuvo que presentar en su aplicación:



"DICOTOMÍA: ENTRE EL DERECHO Y EL PERIODISMO
TRAYECTORIA ACADÉMICO - PROFESIONAL

Por: Jaime Luis Posada Salgado
Aspirante a la Maestría en Periodismo - Universidad del Rosario
Mayo de 2013


Incluso desde antes de nacer, mi futuro profesional parecía predestinado por dos corrientes que fuertemente marcaron los rumbos de mi familia desde tiempo atrás: el derecho y el periodismo. 

* * *
Cursé mis estudios primarios y secundarios en el Gimnasio Moderno de Bogotá, de donde también se graduaron mi padre y mis tíos. Allí me inicié en las lides periodísticas al participar activamente en el comité editorial de la revista estudiantil “El Aguilucho”. 

Durante esos días de juventud escolar siempre estuve entre el maravilloso binomio del derecho y el periodismo: mi bisabuelo fue un periodista virtuoso (director del diario El Tiempo durante varias décadas), mi abuelo materno fue un jurista impecable y mi abuelo paterno además de abogado, fue político, académico y periodista. Mi madre es abogada y mi padre comunicador social y de mis tíos más cercanos, alguno es abogado en ejercicio y otro fue abogado y periodista (D’Artagnan). Los almuerzos de domingo se convirtieron es exquisitas tertulias donde el acontecer político y la actualidad siempre tenían el primer punto en la agenda y así se fue fraguando mi interés y mi necesidad de estar informado.

Transcurridos los años, cuando me fue el momento de elegir qué camino tomar, estaba confundido. ¿Derecho o periodismo? La encrucijada no era de fácil pues ambos extremos de la soga halaban fuertemente. Sin muchos elementos de juicio, opté entonces por retirarme un semestre en Londres para perfeccionar mi inglés y decantar mi alma. A mi regreso, la decisión estaba tomada: la balanza se inclinó a favor de las ciencias jurídicas. 

Durante seis años estudié derecho en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá con resultados loables. En la universidad aproveché para leer y escribir constantemente exhortado por mis profesores, lo que a la postre me permitió afinar mi pluma y hasta publicar un artículo jurídico en un revista indexada. 

Al terminar el pensum académico decidí que, toda vez que estaba próximo a ser profesional, lo mejor sería probar suerte en una oficina de abogados y así ocurrió a comienzos del año 2013. La experiencia, que alcanzó a ilusionarme, no fue del todo grata. Me vi obligado a abandonar las palabras que antes usaba cotidianamente para sustituirlas por la antipática jerga jurídica, me tocó celebrar los cumpleaños de gente que no conocía aceptando con agrado el merengón de fresas propio del festejo laboral y tomé odiosas  infusiones aromáticas de oficina. Pero en todo caso y lo más preocupante, era que me sentía en un lugar ajeno, alejado de un proyecto de vida que, si bien aún no materializaba en mis pensamientos, estaba en otras latitudes. Obsesivamente mi mente empezó a demandarme que me cambiara cuanto antes de camino, que retomara esa senda que siempre había estado marcada pero que hasta ahora se veía en suspenso.

Inicié una búsqueda espiritual y, como iluminación divina, apareció en mi pensamiento la Maestría en Periodismo de la Universidad del Rosario. Sentí un llamado inmediato inscribirme, no solo para complementar mi formación utilizando mi estructura jurídica como base, sino para hacerle justicia a mi familia que durante generaciones ha reivindicado la relevancia y la necesidad de la libertad de expresión. Había decidido comprobar por mi mismo una enseñanza valiosa que me dejó mi tío Roberto Posada García-Peña: “la convicción personal expresada con decencia, pulcritud y firmeza, puede traspasar las fronteras de la propia mente y, una vez exteriorizada, es susceptible de tener trascendencia en la visión general del conglomerado que la recibe”. Por fin había tomado una determinación que me dio paz y genuina expectativa. 

Paralelamente a este proceso de ensayo y error, y de nuevo llamado por mi instinto primigenio, decidí iniciar un Blog bajo el seudónimo de “El Desgraciado”, que ya hoy completa 25 entradas, todas ellas dedicadas a la actualidad, al pensamiento burdo y a mi propia experiencia. El magazín virtual nació como respuesta a mi constante necesidad de decir en voz alta lo que en voz baja pesaba. Al hallarme en un vacío por no existir un puente idóneo entre mi raciocinio y el mundo exterior, me vi guiado por la circunstancia a explorar y a hallar esta herramienta de comunicación. El Blog se presentó en mi existir como aquel salvavidas a la incertidumbre creciente y depresiva de hacia dónde encaminar mi existencia profesional y se mostró como el antiinflamatorio cerebral que tanto estaba buscando.

Y así son las cosas. Actualmente es en ese punto donde me encuentro. Es una pequeñísima área donde todo está tramposamente estable y organizado por lo que, ante un movimiento brusco y descuidado, mi universalidad se desmoronará ante mis ojos. Tengo un título profesional útil, pero que no es capaz de gestar pasiones en mi alma; cuento con la ilusión de cambiar de camino, pero con la incertidumbre de si será lo correcto. Afortunadamente existe mi Blog, que funge de válvula de escape, mientras espero y actúo cuidadosamente para que ésta dicotomía se resuelva."

21 de mayo de 2013

Cartagena: Arte, Licores y Comida

El fin de semana pasado el Desgraciado tuvo la oportunidad de viajar a Cartagena de Indias en compañía de su padre y de una de sus más cercanas amigas. La ciudad tiene una energía especial que sabe calar hondo en las personas que están dispuestas a abrirse a sus encantos. Sus contrastes hacen que la Heroica sea una urbe sui generis llena de atractivos y con todo el potencial para salir de la marcada brecha de pobreza que la aqueja. 


Llegar a Cartagena en esta oportunidad fue una experiencia curiosa. Producto de la parcialmente libre competencia entre aerolíneas, los pasajes aéreos en días hábiles distintos del viernes se pueden encontrar a precios asequibles y por lo mismo, las obsoletas instalaciones del antiguo aeropuerto Eldorado y del Puente Aéreo más parecen ahora terminales de buses atestadas de vulgo. Es un escenario en el que no faltan animales (perros, gatos, canarios y gallinas que en sus elegantes y distinguidos guacales se enfilan a los aviones), señoras con sobrepeso vestidas con ponchos motosos de la bandera colombiana y jóvenes animados que se toman fotos con las aeronaves. Todos son parte de una gran colectividad que considera que por desplazarse a tierra caliente tiene derecho a viajar en descoloridas pantalonetas, camisillas sin mangas y sandalias de todas las gamas y calidades. Es un contexto estéticamente hostil que nos obligó a mi padre y a mi a refugiarnos en los periódicos, él en El Tiempo y yo en El Espectador, para abstraernos aunque fuere mínimamente de las agresiones visuales. 

Nos montamos al avión y procedimos a ubicar nuestros asientos. Escogimos con anterioridad dos sillas ambas en el pasillo, para efectos de no quedar encerrados por gente desconocida y así evitar la claustrofobia. Mis compañeras de fila eran una madre y una hija que se notaban nerviosas (luego entendimos que volaban por primera vez) y los de mi padre eran dos hombres obesos cada uno con alrededor de 215 quilos de grasa visceral. En un gesto de nobleza, cambié de lugar con mi progenitor para que no fuera él quien tuviera que durar más de una hora aplastado por el grueso mondongo de aquel hombre que ya se escurría por encima del descansabrazos hacia el asiento de al lado. El vuelo, que objetivamente estuvo tranquilo, me fue perturbado incesantemente por los ronquidos y apneas del gordo a mi izquierda. Más que sonidos, eran vibraciones guturales que impedían mi capacidad de razonamiento y que me quitaron toda la paz interior. Luego de una hora larga, aterrizamos y estalló el consabido aplauso de los orgullosos colombianos que tocan finalmente su ciudad de destino. Eso de aplaudir no va conmigo, no obstante y para que no me apedrearan, aplaudí tímidamente también. El ajeno al entorno era yo, así que opté por "hacer lo que vieres".

Ya en la ciudad la cosa cambia. Hay la posibilidad de resguardarse en pequeños oasis que se han construido para el efecto. El viaje de mi papá, además de tener claras metas laborales, tenía objetivos gastronómicos que fueron mi aliciente para acompañarle. A pesar del corto tiempo, logramos rotar por 4 restaurantes que fascinan por su calidad gastronómica (aunque no mucho por sus precios): 

  • El Restaurante Chef Julián combina la cocina de magníficos arroces con un servicio acogedor encabezado por su mesero Rafa. Se recomienda el arroz de camarón, el arroz huertano y una buena jarra de sangría. 
  • Dolce e Salato: El mejor italiano de barrio que se encuentre en Colombia. Imperdible la lasagna y la apsta al ajo.
  • Restaurante Árabe Internacional: desde hace años prepara las más ricas especialidades de medio oriente. Además de ser un comedero exquisito, es punto de reunión de los locales y extranjeros más importantes. Imperdible el tahine de garbanzos, el kibbeh crudo, las berenjenas rellenas y el kafta. Se debe saber pedir dado que las porciones son muy generosas. 
  • En el centro histórico de la ciudad, no hace mucho, abrió el Restaurante La Perla. Con un ambiente contemporáneo pero sin llegar al esnobismo característico de los restaurantes peruanos, La Perla se ha constituido en un lugar verdaderamente agradable con una relación precio - calidad que hasta ahora era difícil encontrar en la ciudad amurallada. Bienvenido el pisco sour y la maravillosa carta de vinos blancos así como el pescado sobre cama de ceviche de lentejas.

Es cierto que una buena comida es fundamento para construir un buen momento, pero no es lo único necesario para tener un paseo completo. Hace falta también una buena oferta cultural e idónea compañía. Respecto a la cultura, Cartagena se caracteriza por realizar en sus calles bellos festivales y convenciones en diversos ámbitos (literatura, cine, música...), pero adicionalmente cuenta con una oferta permanente que no siempre es conocida por el turista de mediana formación intelectual. Las iglesias son verdaderos centros de arte (valga rememorar como ejemplo el viacrucis de la catedral de Santa Catalina de Alejandría) y existen museos como el naval o el de la inquisición que cuentan parte de nuestra historia. 

Por azares de las caminatas erráticas por las callejuelas de la urbe, en la Plaza de San Pedro Claver hallé el Museo de Arte Moderno de Cartagena que, hasta el domingo pasado, no había sido para mi más que una linda edificación colonial. En esta ocasión, la casa blanca de pardo tejado tenía colgado un pendón grande que publicitaba una exposición temporal de pintores surrealistas del Perú. Siendo el surrealismo uno de los movimientos artísticos que más me llama la atención, opté por ingresar. La colección de los peruanos es una decepción total, no hay propuesta ni desarrollo lo que a la postre convierte la selección en una muestra tremendamente pobre. A pesar de lo antedicho y para mi sorpresa, la colección permanente del museo es una verdadera joya del arte moderno y contemporáneo colombiano. Hay una muestra muy significativa de esculturas y pinturas de Enrique Grau quien, con sus bellas mariamulatas y sus "Rita" en todas las gamas, es sin sospecha uno de los más grandes avezados del arte nacional. Adicionalmente, el muestrario cuenta con bellas obras de Carlos Jacanamijoy que con sus colores evoca los peligros de la selva y de Maripaz Jaramillo con sus característicos contrastes. Las piezas más impactantes y hermosas, en todo caso, son un par de óleos del genio Alejandro Obregón intitulados  "Cóndor" en estilo cubista y "Dédalo" que obligatoriamente debe ser visto como una obra hito en el arte patrio.

En definitiva fue un periplo agradable. Deglutí alimentos exquisitos, ingerí licores fantásticos (que a propósito al nivel del mar no le hacen daño ni a un bebé recién nacido) y pude vivir una faceta artística de la ciudad que no conocía. La Heróica siempre logra traerme los mejores recuerdos de las personas que han ocupado y ocuparán por siempre los lugares más profundos y privados de mi corazón. Espero poder compartir de nuevo con ellas, y ojalá muy pronto, la magia de Cartagena. 


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El diseño del blog El Desgraciado Opina ha cambiado para hacer más amable y fácil su lectura. Espero sea de su agrado. 




8 de mayo de 2013

La Sociedad Necesita el Periodismo

No hay derecho a que en este país no se pueda ser comunicador. Expresarse sobre temas sensibles necesariamente implica enfrentarse al hampa que, organizada, tiene la capacidad de hacer perecer a cualquiera. 

Los últimos días han sido fatídicos para el periodismo en Colombia. No sólo casi matan a Ricardo Calderón, jefe de investigaciones de la revista Semana, sino que también un grupo "anti-restitución de tierras" condenó a muerte a ocho periodistas en Valledupar. Lo más preocupante del asunto es que los antedichos no son casos aislados sino que son el diario vivir de quienes deciden dedicarse al oficio de informar.


Nuestro país es una cantera de noticias. Es un útero de información en el cual a cada momento se gestan primicias y reportajes que valerosos periodistas ayudan a sacar a la luz amparados bajo el principio semántico de la libertad de expresión. Y digo semántico porque dicha libertad no está compuesta por más que un par palabras ingenuas. La violencia, la corrupción, la intolerancia y la mentalidad de que el ser personal es más relevante que el ser de los otros, ha atentado contra el oficio de comunicar hasta un punto en el cual cada disparo que se dirige contra el cuerpo físico de un reportero se encamina también en contra del periodismo mismo.

La revista Semana, a raíz del ataque contra su jefe de investigaciones, en la edición 1618 señala con lucidez la problemática esbozada de la siguiente manera: "A pesar de que los crímenes contra periodistas se han reducido en los últimos años, las amenazas, la intimidación y las presiones indebidas tienen lugar con demasiada frecuencia en Colombia, muchas veces con resultados mortales. La aplastante mayoría de las cerca de 120 víctimas fatales que ha sufrido el periodismo colombiano en los últimos 30 años han sido reporteros de medios regionales desprotegidos ante las agresiones de guerrillas, paramilitares, bandas criminales, narcotraficantes y políticos corruptos, que reaccionan con sevicia y plomo ante las denuncias que los ponen en evidencia." 

Lo anterior es sumamente grave si además somos conscientes de que, frente a los antedichos crímenes, existe una alta tasa de impunidad que exhorta a la delincuencia a no dudar un instante antes de intimidar a un reportero. Producto del miedo, el país se puede estar dirigiendo a un escenario en el cual el periodismo ceda y se vuelva débil, pusilánime y útil a los macabros intereses subrepticios de mafiosos poderosos que encuentran en la amenaza el camino fácil para continuar enriqueciendo sus ilegales provechos. Si el periodismo es blando e inseguro, la colectividad toda se va a ver sumida en un vacío de información en el que la gran ausente será la verdad. Y seamos francos, sin la verdad es difícil construir una comunidad honesta. 

Quien se salga de los parámetros que la población ha consagrado como deseables en las leyes merece un reproche jurídico y social, y es esta es la principal razón por la cual se quieren acallar las voces de los que informan: ningún forajido admite reproches. Pero es justamente esto lo que nos debe llevar a todos a sentir como propios los atentados contra los comunicadores. La gente correcta necesita a los periodistas porque son ellos parte fundamental en la cadena informativa, y así, es deber de todos volcarnos a generar que la libertad de expresión sea una realidad palpable y un cimiento incorruptible. Hay verdades que son molestas, pero que siendo públicas, fungen de vía idónea para replantear paradigmas colectivos y así poder dirigirse comúnmente hacia la honradez y el respeto por el otro.  

Reitero: Hay que interiorizar que con los actos deplorables contra la libertad de expresión se vulnera el derecho a estar informados, a conocer la verdad y a opinar libremente. Con cada acción que busca amedrentar a quienes reportan noticias veraces, no sólo se vulnera la integridad de una corporalidad física, sino que se menoscaba a la sociedad completa. Los ataques contra los reporteros nos alejan paulatinamente de la posibilidad de conocer lo que ocurre, lo que a la postre significará la imposibilidad de construir sociedad. La escasez de objetividad implica erigir falsos e hipócritas castillos en el aire en los que los impunes reyes serán los bandidos, libres de toda culpa. 

El miedo cala hondamente en las personas de bien porque ellas sólo cuentan con las herramientas de defensa que les otorgan los principios, los valores y la ley. Ojalá los comunicadores amedrentados tengan el coraje de seguir con sus trabajos e investigaciones por el favor de todos nosotros. Mi solidaridad para con cada uno de ellos.

1 de mayo de 2013

Pep Guardiola en Bogotá

Mi primer pensamiento cuando me percaté de la ampulosa publicidad que anunciaba una conferencia de Pep Guardiola en Bogotá fue de absoluta incredulidad. ¿Qué persona pensante querría pagar cientos de miles de pesos para ver a un director técnico (que en todo caso no deja de ser un ex-futbolista) hablando de sobre liderazgo y trabajo en equipo? Afortunadamente Pep me dejó callado a mi y a todos los que pensábamos que solamente veríamos una charla de alguien similar a Leonel Álvarez (quien, a propósito, acudió a ver a Guardiola pero quien seguramente no captó mucho del mensaje).


Por azares de la vida recibí de cortesía una boleta para asistir a la conferencia del otrora técnico del Fútbol Club Barcelona ayer martes 30 de abril de 2013 a las 7:00 PM. El escenario en el cual se presentó Guardiola no estaba dentro de mi radar. Se trataba del centro de convenciones G12 situado en la carrera 30 con avenida de las Américas, con capacidad para alrededor de 8000 personas. Según entiendo, el lugar es utilizado ordinariamente por una secta cristiana por lo que, fuera de la impresión que me causa saber que existe un recinto con esas características en la zona industrial de la capital, sentí profunda angustia de saber que el G12 reúne periódicamente a casi 10.000 fieles devotos dispuestos a tributar a su pastor.

En el auditorio, que estaba pomposamente decorado con publicidad del Grupo Aval, resonaba una música electrónica que más parecía de un desfile de modas de Medellín. A las 7:15 de la noche apareció la presentadora del evento, Andrea Guerrero (quien por su falta de preparación y nerviosismo se constituyó como uno de los lunares de la noche), para presentar a Manel Estiarte, considerado por muchos como el mejor waterpolista español de todos los tiempos y quien adicionalmente fue parte de la directiva del Fútbol Club Barcelona entre 2008 y 2012. Manel hizo una breve charla introductoria al tópico principal de la jornada: liderazgo y trabajo en equipo. Contó cómo desempeñó su papel de líder de la selección de waterpolo en los olímpicos de Barcelona 1992 y Atlanta 1996 y cómo el reconocimiento público puede ser una trampa enorme para la integridad humana de una persona. Si bien sus palabras fueron elocuentes, nadie quería verlo a él. El público esperaba a Guardiola.

Concluida la primera de las intervenciones, apareció el entrenador cual estrella de pop rodeado de humo y luces estroboscópicas. Su presencia fue abrumadora para mas de una de las señoras, quienes suspiraron morbosamente con la imagen atlética y guapa del cataln), pero más allá de eso, Pep demostró que en efecto tiene una mente especial y diferente, idónea para dirigir un equipo.

Inició su amable presentación señalando que esta era su primera charla a un público grande y que, si bien constantemente ha hablado frente a muchas personas, siempre había tenido todo preparado y a la mano. "Aún no entiendo para qué me han traído" dijo, "trataré de contar mis experiencias, pero tengan claro que no podré decirles el secreto para ser un líder... He de confesar que he decidido venir a dar esta conferencia para salirme de la difícil tarea que he desempeñado en el último año: dejar y recoger a mis hijos en el colegio..." El público lo seguía atento con sonrisas marcadas en las caras.

Pep recordó la primera vez que se enfrentó a una selección como técnico y de lo difícil que fue encontrar el discurso perfecto para antes de salir a jugar. Después de mucho elucubrar, Guardiola pensó que toda disertación táctica ya había sido expuesta y que en ese escenario, lo correcto sería hablar de su inicio en el "difícil, indescifrable y abierto" deporte que lo apasionaba de niño. "Todo jugador de fútbol empieza porque alguna vez, de chico, pateó un balón, y desde entonces esa pelota se convierte en el motivo. Nadie se hace jugador de futbol por el dinero o la fama, nos hacemos jugadores porque amamos el balón más allá de compromisos profesionales y ambiciones..." De esta manera avanzaba una charla elocuente de un ser humano analítico y lúcido.

El catalán transmitió cada una de sus experiencias coligadas al liderazgo de forma sencilla, haciendo ver fácil lo que en realidad no lo es tanto. Contó que a lo largo de su trayectoria ha aprendido que "todo lo que hacemos lo hacemos para que nos quieran" y que eso es lo que nos mueve a ser los mejores. Señaló que en el fútbol, y en la vida, todas las personas son diferentes y se deben tratar según sus calidades íntimas (en este punto ejemplificó con sus jugadores: están los que necesitan reconocimiento publico y los que mejor prefieren atención privada; el que reacciona bien si lo lleva a tomar un café para hacerlo aterrizar y el que es competitivo y requiere de charlas técnicas) "cada persona tiene un botón único que se debe apretar de la manera adecuada y en el tiempo correcto, a cada persona se le debe hablar en el idioma que mejor entiende."

Fue una presentación fenomenal. Llena de datos interesantes, anécdotas de vida y experiencias profesionales cuyo trasfondo cumplía con el objetivo del foro cual era el de reconocer el liderazgo y aprender del trabajo en equipo.


Con posterioridad a las breves palabras de Pep, tuvo lugar un conversatorio con Roberto Pombo director del periódico El Tiempo. Esta etapa del evento, que ha podido ser el momento para clarificar dudas y aterrizar enseñanzas, fue un fiasco. Pombo no supo realmente lo que estaba haciendo ni a quién se estaba enfrentando. Hizo una entrevista babosa que evidenció una subestimación imperdonable tanto al entrevistado como al auditorio y tarde vino a percatarse que tanto auditorio como entrevistado fueron superiores a él. En relación con el tema del evento no hubo un solo interrogante pues el periodista optó por hacer preguntas gelatinosas sobre fútbol.

¿Qué opina sobre su nuevo equipo el Bayern Munich? Guardiola respondió que sería irrespetuoso de su parte ir dando declaraciones sobre su nuevo club por fuera de Alemania y que hablará de él cuando esté frente a ellos. El auditorio estalló en aplausos y Pombo no pudo más que dejar ver su angustia en su cara regordeta. ¿Cómo es Messi? "El chaval la mete..." (Risas) "Un jugador se conoce en la cancha, y ustedes lo han visto, no hay mucho más que eso". ¿Mañana en el partido de la Champions League, va por el Bayern o por el Barcelona? "Yo le hago fuerza al buen fútbol".

Prosiguió el conversatorio y el entrevistador, quien al parecer no puso atención en la primera fase de la exposición, interrogó acerca de temas a los que Guardiola ya se había referido. ¿Cómo se inicia usted en el fútbol? "A ver que ya os lo he dicho, pateando un balón en la plaza de mi pueblo". ¿Tiene usted la particularidad de saber tratar a cada cual según su forma de ser? "Eso ya lo he tratado de decir, cada jugador tiene su fibra y trato de tocarla en cada uno".

Cuando el fracaso fue inminente, Roberto Pombo apeló a un recurso desleal y bajo: "hace unas horas hablé con el ex-presidente del gobierno español Felipe González, quien a propósito, le manda saludes. Él me dijo que usted es un excelente estratega, es eso cierto? A Guardiola no le pudo importar menos la evocación de un ex-presidente de su país y atinó a decir "a raíz del reconocimiento publico la gente sobrevalora lo que uno hace."

Pregunta tras pregunta Pep demostraba su altura intelectual frente a un entrevistador que no supo respetarlo. La falta de química fue evidente y la incomodidad del entrenador fue notoria. Sin embargo, cautivó a su público con cada respuesta cortante. Por fortuna para todos la mala entrevista no duró mucho. La pena ajena ya no podía más. 

El evento finalizó con la llegada de un grupo de niños de escasos recursos quienes se identifican con el Bayern Munich. Uno de los pequeños, que iba a hablar de lo importante que era conocer a Pep, quedó mudo de los nervios. Guardiola, apelando a su capacidad de hablar el lenguaje de su interlocutor, le lanzó un balón de futbol e hicieron dos o tres pases.

26 de abril de 2013

Preguntas acerca del Matrimonio Igualitario

Siete veces ha fracasado el intento de legislación del matrimonio homosexual en el congreso de Colombia. Son siete cachetadas a una colectividad que, aunque tiene derechos de segunda, está obligada a observar deberes de primera. A pesar de que el proyecto de legislación feneció a manos de los sumos inquisidores, fue un intento valioso porque le otorgó visibilidad a un puñado que ya no quiere más someterse a la oscuridad de los closets.


El martes pasado me senté juicioso a oír el debate en el que los senadores discutían si era conveniente permitir o no a las lesbianas, gais, bisexuales y transgeneristas casarse con personas en su misma condición. Debo confesar que ese ejercicio me fue ampliamente incómodo; no entendí por qué un puñado de personas (ninguna declarada abiertamente LGBT) dogmatizaba acerca de los derechos de un grupo social al que supuestamente son ajenos y que por lo mismo no conocen a profundidad.

Hubo congresistas que hicieron bien su tarea. Se presentaron excelentes intervenciones en favor del matrimonio igualitario en las bocas de John Sudarsky, Luis Fernando Velasco y Armando Benedetti. Se expusieron también argumentos en contra, recuerdo la de un tal Honorio Galvis que, aunque bastante babosa, trató de ceñirse a lo estrictamente jurídico del asunto. No obstante las antedichas excepciones, casi todos los expositores basaron su mediocre argumentación en prejuicios y convicciones personales que dejaron un gran sinsabor en el electorado que los entronizó en sus curules. En contravía a lo aseverado por los mismos congresistas, el debate no tuvo un nivel adecuado. Dicha situación es aún más grave si además tenemos en cuenta que de la totalidad de los 102 senadores, se presentaron inicialmente 54 y que cuando se clausuró el debate sólo se encontraban 11 de ellos.

La iniciativa siempre estuvo llamada a fracasar. Al pequeño velero defensor de la igualdad se le atravesaron los icebergs más anquilosados y pétreos. Ilva Hoyos, la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional (conocida en los pasillos del capitolio como el Movimiento Independiente de Renovación Absoluta -MIRA-) y la Iglesia Católica (en sus alas institucional -Rubén Salazar- y política -el Partido Conservador-), se interpusieron como vacas viejas en el camino. 

Los argumentos emanados por estas masas de hielo milenario se me mostraron como falaces, cínicos e hipócritas. Varios senadores invocaron a la Biblia como la luz ulterior de toda ley y, aunque el órden de las cosas hubiera sido que se leyeran únicamenet los artículos de la Constitución Política, recitaban de memoria y con toda fluidez los versículos del texto sagrado. Se manifestaron las mismas letanías que siglos atrás permitieron señalar que el sexo homosexual es escatológico, recreativo y estéril. Se plantearon alegatos (por lo demás profundamente revaluados) que pretendían demostrar que no se nace homosexual sino que se nace hombre o mujer y que, por lo mismo, hay que oponerse a que personas del mismo sexo se unan en cópula matrimonial. Se exhibieron tesis solapadas que referían que el fin último de todo matrimonio es la procreación y la conformación de una familia y que además, si dos hombres o dos mujeres contraían matrimonio la mujer heterosexual perdería toda dignidad. 

A raíz de tan valiosa, completa, acertada, magnánima, excelsa, sublime y perfecta argumentación me surgieron un par preguntas. Es cierto que estoy atentando contra una fantástica línea de razonamiento, pero no es por nada distinto a que mi cerebro (liberal), no ha sido ungido con la gracia que permite entender. Así, me permito formular los interrogantes suscitados con miras a que algún adalid de la familia tradicional me los responda (ojalá con argumentos actuales y no con aquellos con los que la inquisición condenaba a las brujas): 

¿Si el sexo es únicamente para la procreación, una mujer estéril no puede contraer matrimonio porque no va a poder procrear? 

¿Si una mujer casada pierde su matriz sin haber procreado, debe ser repudiada por su marido por no poder ser el receptáculo de su semilla?

¿Está viciado el matrimonio de una pareja que decide de común acuerdo no tener hijos? 

¿Se deben prohibir todos los métodos anticonceptivos toda vez que éstos permiten que el sexo se torne en una actividad recreativa? 

Si en todo caso están procreando, ¿Habría algún problema moral con unos esposos que alquilan un vientre para implantar un embrión proveniente de ambos, únicamente para evitar las molestias de un embarazo?  

¿Un matrimonio que opta por adoptar hijos es una unión inválida y contra natura toda vez que el vástago no ha sido procreado por la pareja? 

¿Son las clínicas de fertilidad la salvación de la institución del matrimonio por que en ellas los esposos infértiles podrían llegar a procrear? ¿De ser así, por qué no incluir en los Planes Obligatorios de Salud todas las terapias de fertilidad?

¿Por qué está permitida la adopción monoparental? ¿No sería ésta una congregación social repudiable por no existir un matrimonio del cual se desprenda una institución familiar?

¿Las madres solteras son parias de la sociedad por haber procreado por fuera de un vínculo matrimonial?

Si los homosexuales no pueden procrear, ¿significa esto que todas las lesbianas son estériles?

San José, a pesar de estar casado con la Santísima Virgen María, no procreó. ¿Es entonces él un ejemplo de persona que debe ser rechazada porque a pesar de estar unido en matrimonio no engendró un vástago?

¿De verdad creen los senadores que ante la falta de una ley que lo autorice, no existirán parejas de gais que vivan juntos y críen hijos?




23 de abril de 2013

El Desgraciado va a Psicoterapia

A raíz de mis experiencias de las últimas semanas decidí acudir, de nuevo, a psicoterapia. Dilucidé mucho acerca de si volver o no a donde mi antiguo psiquiatra o si sería conveniente decantarse por alguien nuevo. Después de muchos pensamientos y de una ardua búsqueda, por fin encontré en la hermana de una muy cercana amiga de la universidad al terapeuta idóneo. Se trata de una mujer joven y linda que, además de haber estudiado psicología, tiene la sabiduría milenaria de las culturas asiáticas producto de varios viajes físicos y espirituales que ha hecho por el oriente.

Llegué a un consultorio cálido y acogedor, muy parecido al de mi antiguo analista (¿será que en la universidad les enseñan exactamente cómo disponer el mobiliario y cómo decorar la habitación?). Me encontré con la psicóloga quien muy amable me invitó a sentarme y en menos de nada me encontré vociferando en contra de la vida y exponiendo la infinitud de sentimientos negativos que residen en mi alma. Un ataque de ansiedad me tomó por sorpresa ahí mismo: taquicardia, sudoración excesiva, respiración acelerada y tensión muscular se reflejaron en todo mi cuerpo. Me sentí como un gato encorvado a punto de atacar a mi nueva psicóloga pero ella, muy pausada, logró organizarme de tal forma que convirtió a la angustia en el camino para exponer las desventuras de mi existencia.

Luego de un relato torpe e incompleto de lo que ha sido mi vida reciente se evidenció mi inconformidad con el statu quo. En este escenario la terapeuta optó por hacerme una propuesta psicológicamente indecente: "¿qué tal si ponemos a dialogar a tu esfera racional con tu yo emocional? Seguro que tendrán muchas cosas que decirse mutuamente...". Accedí a ello. Situó una silla vacía en frente de mi y me pidió que cerrara los ojos.

Hice todo lo que me ordenó: quedar momentáneamente ciego a su merced, respirar profundamente, y hasta entrar en un estado de concentración que me conectó con el momento presente (nunca he creído en la meditación por considerarla etérea e irreal, sin embargo, ante mi actual desequilibrio emocional y energético me di permiso de intentarlo). Dijo con su voz amable que mis indicadores somáticos debían ser tenidos en cuenta y me exhortó a analizar cada célula de mi aún joven cuerpo y prosiguió: "En este instante tu mente racional y tu cuerpo emocional están separados. En la butaca frente de ti tienes sentada a tu mente. Tu eres ahora únicamente tu dimensión corpóreo-emocional. ¿Qué quisieras decir?"

Mi cuerpo intentó convulsionar en un ataque sentimental sin precedentes. Sentí la ira viva en el pecho, la ansiedad inmisericorde en el estomago, la frustración amenazante en los brazos y las ganas de salir corriendo en las piernas. No había quien controlara todo eso pues la Mente ya no estaba encargada de subyugar a las emociones, la Mente estaba en frente de mi, observándome burlonamente. Con mucho cuidado le dije lo muy triste que me sentía: "no puedo creer que seas tan rígida y no me dejes tener la posibilidad de expresarme. No puedo creer que insistas en quedarte anclada en un momento cómodo simplemente por ser cómodo...". El tono que utilizaba mi yo emocional iba en aumento: "¡No entiendo por qué insistes en obligarme a utilizar la rabia y la ansiedad como mecanismos para sentir que la vida no está vacía! ¿¡Por qué carajos le das cabida únicamente a la angustia y me haces sentir tan insignificante!? ¡COÑO! ¡Tu también necesitas de mi para trazar un camino!"

Quedé en silencio. "Sigue con los ojos cerrados", me instó la psicóloga, "y ahora cambia de puesto, siéntate en la silla de enfrente". Ya no me encontraba en los zapatos de mi yo emocional sino en los pies de mi Mente a quien yo mismo acababa de insultar hacía unos momentos. "Respira, conéctate con la Mente, y recibe todo lo que te acaban de decir... Desde este nuevo rol, ¿qué respondes?"

La Mente, tremendamente prepotente y airada, reafirmó que el control lo tiene ella y que no está dispuesta a modificar su esquema: "Lo siento si te estás sintiendo aprisionado en mi estructura, pero es lo que considero conveniente para que finalmente encontremos un camino. Me encantaría fluir como tu,  pero sin mis parámetros no vamos a llegar a ninguna parte". Un instante adelante volví a cambiar de lugar. De nuevo personifiqué a mi yo emocional y le dije "Mente, no seas prepotente. Si ambos dialogamos vamos a poder salir de esta petrificada zona de confort que nos es tremendamente inútil ahora..."

Volví a cambiar de puesto exhortado por mi psicóloga. Otra vez fui la Mente y manifesté: "mira cuerpo emocional, me da miedo darte a ti el control porque no sé a donde nos vas a llevar. Prefiero tenerte dominado, así puedo ser yo quien decide... Míralo como quieras, pero a mi parecer estás jodido..." Quedamos en silencio los tres: la terapeuta, mi yo mental y mi yo emocional. Fue necesario volver a cambiar de lugares y cuando retomé el rol de cuerpo sentimental, sentí una brutal necesidad de golpear a la Mente: "¡a ver, no seas tan Desgraciada, con tu rigidez no me jodiste a mi, nos jodimos ambos!"

La discusión entre mi razón y mi emoción duró casi una hora. La terapia más parecía un episodio de un paciente con trastorno de identidad disociativo (personalidad múltiple) o quizás la de un esquizofrénico. En una primera circunstancia, mientras me abrogaba el papel de mi Mente, actuaba como un dictador mientras que a los pocos minutos, al cambiarme a la silla de en frente, me veía a mi mismo como un ser sumiso que rogaba que lo dejen actuar para participar también en las decisiones de la existencia.

Al cabo de varios cambios de posición y gracias a las oportunas intervenciones de mi psicoterapeuta, mi yo racional y mi yo emocional trataron de llegar a un acuerdo: el primero se flexibilizaría un poco y tendría en cuenta lo que dice el segundo, pero siempre que éste mostrara resultados favorables. De lo contrario aquel volvería a retomar el control.

Abrí los ojos y me encontré otra vez en el consultorio, frente a una silla vacía y con la psicóloga mirándome. Me pidió que unificara todo lo que había vivido, me hizo ver que ambas partes en conflicto no son más que componentes de mi persona y que tratara de hacer cumplir el pacto entre la Mente y la emoción. 




16 de abril de 2013

¡El Desgraciado está de vuelta!

Luego de un par de semanas de un absoluto oscurantismo literario, el Desgraciado renace.


Desde el 19 de Marzo de 2013 no escribía una entrada. En ese último artículo les prometí a todos ustedes que no claudicaría y que escribiría semanalmente así fueran entradas cortas de baja calidad. Les mentí. Los abandoné. Los dejé a su suerte en sus rutinas sin la posibilidad de refrescarse brevemente en el oasis de mis artículos en mitad de sus tediosas jornadas. ¡Mea culpa! Ferié mis alas por unos cortos pesos tal como procedió Esaú con su primogenitura o como recientemente lo hizo Roy Barreras al regalarle su curul a sectas evangélicas. Pero ya he vuelto. Ya estoy aquí de nuevo con más fuerza y ahínco para seguir comentando lo que haya que comentar, seguir insultando a quien haya que insultar, seguir criticando a quien haya que criticar y seguir loando a quien haya que loar.  

En mi ausencia nos hemos perdido de muchos temas de los que habría sido placentero sentarse a escribir: El mundo ha visto la revolución eclesiástica a cargo del Papa Francisco mediante la cual quiere acercar la iglesia a quienes (lastimosamente) no hablamos latín, la muerte de Thatcher quien con su deceso nos permitió dimensionar su relevancia en el panorama mundial , el fraude electoral en Venezuela que le dio rienda suelta a un ex-busetero para que continúe con la revolución bolivariana, la franca decadencia de Colombia comprobada el pasado 9 de abril en la marcha comunista, o incluso una fuerte conjuntivitis que experimenté la Semana Santa. Por fortuna estos temas (salvo, ojalá la conjuntivitis), no están cerrados.

*     *     *     *

En este mes de desaparición cibernético-literaria me pude dar cuenta de la cantidad de seguidores de mis líneas. Un grupo considerable de personas, principalmente mujeres, hicieron saber de alguna manera que mis artículos les hacían falta.

Las más discretas optaron por escribir un correo: "Desgraciado tu fan # 1 está triste porque no estas escribiendo últimamente. Estás tan ocupado que no puedes? El talento que tienes no lo puedes desperdiciar, va en tu composición genética (...) Así que ponte las pilas, hay mucho de qué comentar!!!". Otras, por el contrario, me abordaban por la calle para exigir, amenazantes, que el Desgraciado volviese lo más rápido posible: "Es la última vez que le pido amablemente que vuelva a escribir, ¿queda claro?" No faltó el que me organizó el horario: "Llegas a la casa a las 7:00 PM, comes, te empijamas y escribes dos horas diarias ¡incluso te queda tiempo para un partido de tenis!" y hubo alguna estúpida que, siendo tan cercana a mi, no sabía de la real identidad de quien se esconde bajo la mascara de el Desgraciado: "estaba leyendo un blog buenísimo de un tal Desgraciado pero repentinamente dejó de escribir, espero que esté bien y que vuelva pronto..."

Cada comentario alimentaba mis ansias por volver a experimentar la felicidad de dejar que mis torpes dedos repicaran sobre las blancas teclas de mi computadora dejando fluir un río de expresión interna del alma. Cada petición de regreso se configuró como la cachetada que necesitaba para entrar en razón y para situar de nuevo a este magazín y a sus lectores en el tope de las prioridades. Pasaban los días y mi inquietud por redactar era creciente, sin embargo, aún me encontraba en otros lares escribiendo para otra persona, y claro, no lo hacía acorde a mi esencia.

Veía material para publicar en cada esquina de mi existencia sobre todo en mi nuevo ecosistema laboral donde yo me sentía como un audaz reportero de la National Geographic Society tratando de documentar la interacción de raros especímenes enjaulados. Pero no sólo allí, sino también en cada restaurante que visité, en el parto del hijo de la empleada, en las anécdotas de mi amigo el Pote quien recientemente confesó que lo pescaron con material triple equis en una junta muy importante, en mi clase de Justice (cátedra que se origina en la universidad de Harvard y que sigo por internet), en un paseo a la finca en el que el carro de uno de los invitados explotó y, en fin, en un sinnúmero de eventos que ni siquiera alcancé a anotar. 

Mi desasosiego aumentaba con el pensamiento de que mis asiduas lectoras podrían estar cambiando mis textos por algún gurú de la nueva era que les enseña a adelgazar mediante la comunicación con los ángeles y yo, mientras tanto, no tenía tenía tiempo ni ánimo de redactar. Luego de infinitas noches de insomnio y angustias, llegó el momento en que por fin decidí que si no me organizaba de tal manera que pudiera dedicarme a mi blog, mi cerebro explotaría como una olla express.

Retomar no ha sido fácil. Cambiar el estilo serio y elaborado que venía ejecutando en el trabajo por éste, fresco y encantador, no ha sido del todo sencillo. Temo muy seriamente que la ingesta de aguas aromáticas de oficina (que más parecen orines de gato enfermo) haya generado en mi estilo una mutación irreversible.
 



15 de marzo de 2013

Tragédia Doméstica: ¡EMBARAZO!


Nuestra empleada, una mujer de unos 36 años, se preñó a mediados del año pasado. Por supuesto que pasaron largos tres meses desde la concepción hasta que la mujer le pidió una audiencia a su patrona (mi madre) para confesar la situación.


Hace alrededor de un año nuestra asistente de toda la vida renunció irrevocablemente a seguir prestando sus servicios personales en nuestra morada. Ella había accedido finalmente a su pensión de vejez y la opción de cuidar a sus nietas y ayudar a sus hijos se le presentó como la más viable en ese momento de su vida. En su reemplazo, acogimos a una mujer un tanto mayor, frágil y de buena actitud (aunque a la postre resultara de negra alma y bajas intenciones). La nueva, al cabo de dos meses de iniciar labores, decidió que la mejor manera de agradecer nuestro excelente patronazgo era delinquiendo en el seno de nuestra casa. Se robó una cantidad considerable de bienes preciados no sin antes erigir una fachada taimada de víctima inocente; fue despedida inmediatamente lo que inexorablemente conllevó a la génesis de una tempestad sin precedentes. 

Durante días, si no semanas, las tareas domésticas se distribuyeron entre todos los habitantes de nuestro hogar: mi padre cocinaba muy bien, todos llevábamos los platos al fregadero, mi pobre madre los lavaba hasta altas horas de la noche luego de llegar cansada de trabajar y mi hermana y yo (que en ese entonces estudiábamos durante todo el día) escasamente lográbamos hacer nuestras camas. El esquema se hizo insostenible y la armonía familiar amenazaba con volverse oprobio. Hubo discusiones, peleas, agravios, suciedad, una montaña de ropa puerca y, sobre todo, muchísima angustia hasta el instante en que por fin encontramos a alguien que viniera a apersonarse de los quehaceres de la casa. 

Llegó una mujer conocida, con una actitud amable y un comportamiento aceptable. Parecía que por fin restauraríamos nuestro equilibrio, pero la realidad era aún mezquina y adversa. En julio del año pasado, ante nuestros ojos ciegos, la empleada (en su salida semanal, vale aclarar) decidió tener una merecida sesión de actividades lúdicas en compañía de un hombre amigo suyo. Producto de aquella placentera faena, un vástago se instaló en su interioridad y empezó a crecer dentro de ella. Nadie lo notaba, estábamos embebidos en la eficiencia que demostraba. Y no fue hasta finalizado el año pasado cuando la señora optó por confrontar a mi madre y confesar su fechoría (el crío tendría alrededor de 4 meses de gestación). “En esta casa ya no vivimos cinco sino seis; hay otra persona adicional que crece y se alimenta al lado de ustedes. Su residencia es mi útero”. Shock absoluto. Mi progenitora, sin saber cómo actuar, se quedó callada por una semana entera. No sabía como hacer pública la tragedia y anticipaba las peores reacciones mías y de mi padre. 

Un día cualquiera (posterior al cataclismo), cenábamos chuletas de cerdo y conversábamos animadamente como de costumbre. Cuando íbamos terminando los manjares, la tensión se apoderó del ambiente. Mi mamá, muy angustiada y con lágrimas en los ojos, dijo en un susurro “ella está embarazada…”. Mi primer pensamiento fue el de un lactante pidiendo leche materna a los alaridos justo al lado de mi cuarto mientras yo intento leer literatura barata. Vi derrumbarse nuestro esquema de luz y no pude más que llorar. Mi papá, en cambio, se quedó callado. 

Ha sido un tiempo de desconsuelo y pesadumbre, de ver crecer a la mujer a lo ancho como si de un ballenato se tratara, de elucubrar quién sería (mi padre o yo) el que tendrá que llevarla al Hospital San Ignacio a parir mientras mi madre y mi hermana trapean la fuente recién reventada en nuestro piso de madera.

Ya han pasado ocho meses y medio desde la inseminación y el señalamiento es que ella debe largarse ahora y para siempre. "Un chiquillo mocoso ajeno al núcleo familiar cambia totalmente las condiciones del trabajo; así no nos funcionas. Vete, sé feliz, llénate de vida y de hijos, pero lejos de aquí". Esta situación estaba cantada. La antigua patrona de la embarazada nos hizo durante mucho tiempo la advertencia de que ‘a esa mujer le gustan los hombres’. Tristemente nadie le hizo caso. 

En este escenario, se presentaron todos los elementos idóneos para que arrancara de nuevo una tormenta perfecta. Múltiples llamadas se hicieron en busca de una empleada sustituta pero la oferta cada día es más baja. En adición, a raíz de la experiencia con la ratera debemos ser más precavidos.

Ninguna opción fue satisfactoria hasta el momento en el cual todo iba a estallar. Dios se apiadó de nosotros. Utilizando como instrumento a la abuela de mi mejor amiga, envió a una mujer de buena voluntad. Se llama Ibis (sí, como la cadena de hoteles económicos donde las parejas adolescentes se reúnen para realizar sus travesuras), está recién importada de montería, trabajó con un actor de televisión que por lo demás da sobresalientes referencias de ella y lo mejor, ya no está en edad de embarazarse.

Tenemos nuestras esperanzas puestas en ella así como el catolicismo las tiene en el Papa Francisco. 



12 de marzo de 2013

Conspiración en el Cónclave


Nada me gustaría más en este momento de la vida que infiltrarme entre los cardenales de la Iglesia Católica para participar activamente en el cónclave que elegirá al sucesor de Joseph Ratzinger.  Ejecutar una maquinación en ese sentido, sin embargo, implica correr el riesgo de ser elegido Sumo Pontífice. 


Desde que Benedicto XVI renunció al trono de Pedro he estado pensando en que bien podría yo asistir de incógnito al Cónclave del año 2013. Me será menester copiar los atuendos purpurados y envejecer un poco a punta de maquillaje, volar a Roma en clase ejecutiva y alquilar una piecita en el magnifico hotel Hiberia (de tres estrellas) cerca del palacio del Quirinal. Eso no representará problema alguno y por el contrario, me permitirá acercarme cada vez más a los frescos de Miguel Ángel.

Lo primero que haré será fingir una absoluta imposibilidad para identificarme correctamente. Atinaré a decirle al Camarlengo, en un mediocre italiano, que dirijo un obispado muy pequeño en la sabana de Bogotá, que mi sede eclesiástica se encuentra en la Basílica de San Roberto, que mi cardenalato me fue concedido en el último consistorio del año 2012 y que, por sobre todo, vengo a votar por él, porque lo reconozco como líder pulcro y correcto. Ahí mismo, con seguridad, veré las puertas abrirse para mi toda vez que el Camarlengo preferirá a asegurar mi voto así no esté muy seguro de mi identidad. 

Durante toda esta primera etapa de mi conspiración se llevarán a cabo las sesiones preparatorias del cónclave, pero a ellas no podré asistir porque al hacerlo echaría a perder mi confabulación. Para excusarme de acudir a las reuniones aduciré, al igual que el cardenal Karol Wojtyla en 1978 cuando se dirigía al cónclave que lo eligió como Pontífice, que en la última salida de campo mi vehículo se averió a unos 50 kilómetros del Vaticano y que por eso llegaré tarde, apenas para dejar mis maletas en la residencia de Santa Marta y correr hacia el interior de la Capilla Sixtina.

Participaré en la eucaristía Pro Eligendo Pontífice, donde me ubicaré estratégicamente cerca del verdadero cardenal colombiano. A él le susurraré mi plan y le aseguraré que, si me acolita mi estancia como cardenal elector cum clavis (bajo llave), no sólo votaré por él sino que además le haré campaña entre los cardenales europeos, a quienes compraré subrepticiamente con sustanciosas copas de coñac como lo hizo también varias veces el eterno papable Giuseppe Siri, quien como arzobispo de Génova asistió a cuatro cónclaves (y a dos de ellos como preferiti).

Este, afortunadamente para mi, será un cónclave breve; no me puedo ausentar del altiplano cundiboyacence más que una semana. Desde el siglo el siglo XIX ninguna de las reuniones ha durado más de cuatro días (El cónclave que eligió a Pío XII duró uno, los de Juan Pablo I y Benedicto XVI dos, el de Juan Pablo II y Pablo VI tres, y el de Juan XXIII duró 4 días), aunque esto no fue siempre así. El cónclave de 1268 duró 33 meses y hubiera durado más de no ser porque los habitantes de Viterbo, al norte de Roma, le arrancaron el techo al edificio donde se alojaban los cardenales y les dieron sólo pan y agua para comer a fin de apurarlos. 

Volviendo a mi planeación, debo analizar que existe un riesgo muy serio que he decidido correr. Recordemos que los únicos en la vida reciente del catolicismo que han sido favoritos para el máximo cargo y que a la postre fueron elegidos fueron Pablo VI y Benedicto XVI y que, de resto, las elecciones han sido sorpresivas (para nombrar las dos arquetípicas: Juan Pablo II y Juan XXIII). En esta ocasión no será distinto. El Colegio Cardenalicio está muy polarizado y eso es algo que puede trastocar un poco mis esquemas de vida a futuro. Luego de un par de fumatas negras se evidenciará en la Capilla que es necesario buscar un candidato alterno que unifique los dos tercios de los votos para desatorar los comicios. Ese aspirante alternativo podría indudablemente ser yo en razón a mis cualidades intrínsecas y a los varios licores que ya le habré suministrado a todos los sufragantes. Me elegirán y aceptaré encantado el encargo incluso a pesar de que al arzobispo de Bogotá le de un derrame cerebral de la envidia.

Mi primer acto de pontificado será ratificar inmediatamente el canon 332 §1 del Código de Derecho Canónico y el artículo 88 de la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis que señalan que cualquier hombre católico bautizado puede ser Papa. Así ya no quedarán dudas de mi elección. En ese mismo momento confesaré que ni siquiera soy sacerdote y que requiero inmediatamente al decano de los cardenales para que me ordene. Con posterioridad a mi unción como clérigo, elegiré el nombre de Docuro I (por ser éste un acrónimo de Dolebis, Cum Rogaberis -que significa Desgraciado en latín-) y saldré a dar la bendición urbi et orbi.

Será para el mundo entero una sorpresa pero no habrá razón para alarmarse. Prometeré solemnemente sacar a la Iglesia del atolladero en el que está, recuperaré a los fieles que han migrado a falsas iglesias de garaje, modernizaré la institución haciéndola más humana pero sin perder su esencia y seré un verdadero guía espiritual. 

Posiblemente, al igual que Juan Pablo I, mi deceso se produzca pronta y repentinamente y se origine así un nuevo cónclave o tal vez mi pontificado dure mucho dada mi juventud. La extención de mi mandato no tendrá como referencia la edad sino mis obras. Juan XII, “el Papa Fornicario”, tenía apenas 16 años cuando fue elegido Pontífice en el año 955 y tan solo duró nueve años en el asiento del Apóstol.

8 de marzo de 2013

El Desgraciado Llora en el Trabajo

Yo no sé si el inicio de la vida laboral es tan traumático para todas las personas como está siendo para mi. Aquí mi experiencia.


Hace un par de años, por recomendación de un amigo mío cercano, terminé trabajando para quien fuere mi profesor de derecho societario. Él, uno de los abogados comercialistas más reconocidos en la materia, me asignó la tarea de estar pendiente de su oficina y de sus negocios en razón a que durante ese periodo tendría que ausentarse de la ciudad por espacios cortos de tiempo. El trabajo encomendado consistía fundamentalmente en cuidar de su santuario jurídico, lo que me significaba estar en contacto con sus clientes y empezar a empaparme de sus quehaceres. El panorama parecía fascinante. Sin embargo, con el pasar de los días, me percaté de que tal paraíso nunca existió. Mis funciones no eran más que las de cualquier secretaria competente y me convertí en blanco de preguntas y afrentas que con mi escaso conocimiento no podía resolver. 

El primer cometido que mi nuevo jefe me encargó fue el de redactar, en inglés, un contrato de compraventa de acciones en el que una entidad del sector agropecuario adquiría otra compañía cuyo objeto social se presentaba como conexo al de la primera. Las cifras eran astronómicas, las cantidades accionarias fueron abrumadoras, y así, el negocio jurídico que yo debía estructurar con mi propio y mediocre intelecto, parecía un laberinto sin salida. 

Por supuesto que a mis escasos 22 años yo ni siquiera sabía de la existencia de ese tipo de acuerdos por lo que, en mi inocencia de recién empleado, opté por preguntarle a mi comendador: "Doctor, ¿me podría ayudar a redactar el documento?" Su respuesta fue tajante: "No tengo tiempo, le voy a mandar uno que ya está hecho y usted solamente tiene que cambiar los nombres de las partes y acomodar las condiciones del negocio". Me pareció justo. Bajo esa premisa el quehacer no parecía tan complejo. Recibí el contrato guía, lo leí y ahí mismo vi mi mundo caerse a pedazos. El texto que me llegó era totalmente diferente a lo que se me pedía. 

Con mucha entereza y esfuerzo logré confeccionar un escrito con algunas notas al pié de página y apartes subrayados con el fin de pulir las falencias bajo la orientación del Doctor. Se lo mandé y cuando él vislumbró mi documento lleno de párrafos resaltados y apuntes con preguntas, se puso furioso y me dijo que en su oficina "nadie escribía en amarillo", que hiciera una versión final como si fuera a entregárselo al cliente y que únicamente ahí el revisaría. Me repuse e hice lo que se me ordenó. Lo envié de nuevo, pero ahora palabras amargas taladraron mis oídos: "reestructúrelo, está muy largo, la mitad de las cláusulas son impertinentes y están mal redactadas". Lo volví a hacer desganado y lo reenvié. "¿¡¡Dónde está la cláusula que estipula que las partes retendrán las utilidades del ejercicio inmediatamente anterior!!?" me señaló con saña. "Ahí está Doctor, en la página número 32". "Ah, si, pero sabe, esa estipulación está muy 'chimba', vuelva a redactarla". Sin saber que más hacer, acudí a  mis amigos, abogados y no abogados, para entre todos sacar adelante el contrato. Lo despaché y en esta ocasión el señor muy comedido y generoso contestó un muy diciente "ok".

Por fortuna, la siguiente semana el Doctor se largó de viaje y ahora era yo quien estaba a cargo. ¿Pero a cargo de qué? la oficina se componía de una secretaria, y yo. Bueno, al menos el tirano estaba lejos y podría yo tener un poco de paz. En esos días, empero, no tuve nada que hacer salvo contestar llamadas y dar órdenes de pago de cheques. La circunstancia se hizo insoportable. Me levanté todos los días como una plañidera pensando en la tristeza de tener que gastar mis tardes de estudiante en un búnker de mala energía jurídica así que renuncié mediante una comunicación enviada por correo electrónico en la que, además de disculparme, rogaba unos minutos para agradecerle físicamente la oportunidad que me otorgó. (Sí, muy descortés hacerlo por email pero preferí ser grosero a tener que exponerme de nuevo a una humillación). Pasados unos poquísimos minutos y tal como era de esperarse, el Doctor contestó con un locuaz "ok, no tengo tiempo para reuniones." Y así me fui, alivianado por haber salido del infierno. Duré 15 días de empleado (jornadas que por cierto no me remuneraron de ninguna forma).

A raíz de la antedicha experiencia quedé traumatizado con el derecho y con el mundo laboral. Aún hoy, luego de terminar mis materias, me da pánico cuando me toca pensar en trabajar. Me da ansiedad, insomnio y un sentimiento incontrolable de estar equivocado. Esta cadena de dolores me ha obligado a encerrarme en mi casa a escribir entradas de blog para ver pasar el tiempo sin sentirme del todo improductivo.


5 de marzo de 2013

Hipo Mortal



Hipo Mortal 

El hipo es un estado corporal en el que el diafragma y los músculos intercostales se contraen espasmódicamente de manera repetitiva e involuntaria generándose así una fuerte inhalación de aire. Y ya, hasta ahí el hipo. O eso era lo que yo creía. 


El viernes pasado me reuní con un par de amigos en mi casa a cocinar un lomito al trapo. Los hombres tomamos unas cervezas Águila y Póker aprovechando sus nuevas botellas retornables de 750 centímetros cúbicos (perfecto tamaño para un buen bebedor) que se consiguen únicamente en poquísimas tiendas de barrio a un módico precio sugerido de $2.300. Las niñas, por su parte, se dedicaron al espumante rosado.  

Tuvimos una conversación muy agradable a lo largo de la cena acompañados de la mucha bebida y poca comida. Durante la sobremesa (que es sin dudas el momento más álgido para discusiones) el debate versó acerca de qué deberíamos consumir de postre. Unos mencionaron enfáticamente que estarían dispuestos a asesinar por un chocolate o una galleta, otros dijeron que preferían los ponqués y los restantes argüimos que sería mejor un pousse café en vez de tantos carbohidratos. Todo transcurría bajo parámetros de normalidad hasta que repentinamente uno de mis invitados (el mayor de todos pero tal vez el más afable), el Pote,  tuvo un pequeño ataque de hipo. (Hip!)

Las mofas no se hicieron esperar. ¿Dos cervezas y ya alicorado? (hip!). Pasados unos momentos me percaté de que el ritmo del hipo (hip!) iba en aumento y asimismo crecía la angustia de quien lo sufría (hip!). “¿Gordo qué es lo que te pasa?” le dije. (hip!) “cálmate es solo hipo”. Su ansiedad era evidente. Sus continuas y adorables carcajadas (hip!) fueron substituidas por una expresión de miedo inexorable así como por aquel silbido pulmonar que sólo se produce por esa contracción del diafragma. “Es que, (hip!) he estado cinco veces (hip!) en la clínica por hipo… (hip!)” atinó a decir. Un silencio mortuorio se coló en el comedor. Ni siquiera la música de fondo pudo cubrir el sentimiento funerario de los allí presentes. Estábamos asistiendo al entierro de nuestro querido compañero de mesa (hip!).

Entre convulsión y convulsión el Pote nos contó que en efecto sufre de “singultus”, como se denomina científicamente el hipo persistente, y que ha tenido crisis de hasta 5 días completos con hipo. “El nervio frénico (hip!) controla la contracción y relajación del diafragma (hip!). Si el nervio frénico envía impulsos anómalos (hip!), el diafragma se contrae de forma repentina (hip!) provocando una inspiración súbita anormal (hip!) y el cierre brusco de la glotis (hip!)”. Nos miramos unos a otros entre fascinados y estupefactos sin saber cómo reaccionar (hip!). Para quebrar el creciente pánico logré encontrar un dato curioso dentro de mi conocimiento inútil: “Los hipos persistentes afectan únicamente a un individuo de cada 100.000”. Todos reímos nerviosamente. Hasta el mismo Pote se atragantó entre los espasmos y la risa, lo que hacía parecer que todo volvía al cauce de serenidad. Pero no fue así. 

Tranquilos (hip!)” dijo el del diafragma epiléptico, “si todo se agrava necesitaré (hip!) una altísima dosis de Rivotril que es una droga que deprime el sistema nervioso central (hip!), relaja los músculos (hip!) y me pone a dormir delicioso (hip!)” 

El evento estaba al borde del colapso. Me veía pidiendo una ambulancia y explicándole al paramédico en mi incipiente estado de ebriedad que mi amigo el Pote se estaba muriendo de hipo. La ambulancia no vendría porque a todas luces parecería una pega y así, los que me visitarían al día siguiente serían los forenses. Me vislumbraba teniendo que recitar un discurso de tristeza en su entierro y se me alteraba el espíritu al pensar que los dolientes se iban a reír a carcajadas cuando dijera en voz alta que nuestro querido Pote había fenecido por un ataque de hipo. 

Pasados varios minutos de extrema tensión oímos finalmente un alegre grito triunfal de nuestro Pote que puso punto final a nuestra histeria: “Cálmense todos, ¡estoy de regreso!”. Su hipo había desaparecido, se trató de una falsa alarma.

***

El chino de chinos: Cooking Taichi 

El domingo pasado almorcé en un nuevo restaurante chino que, al parecer, está de moda.  


El establecimiento busca, a partir de la importación de cocineros de origen, unir en un solo lugar la comida tradicional de al menos seis regiones de China. Tiene una carta provocativa (y algo pretenciosa) y su ambiente, incomprensible para mis ojos occidentales, es tremendamente chino (no me referiré a él pues cada cultura tiene su estilo y visión propias). 

Creo que vale la pena conocerlo pero no recomiendo ir más de un par de veces. El servicio es absolutamente pésimo aun cuando los meseros tienen la mejor voluntad para servir. La comida, si bien no es espectacular, está muy bien en términos de sabores y presentaciones. El lomo en salsa de sal y pimienta estaba rico aunque este último de los ingredientes parecía ausente, los arroces son aceptables, los dumplings son correctos (en este país es difícil conseguir un dumpling decente) y las bolitas de camarón son curiosas y sabrosas. El pato Pekín ha de ser ordenado con al menos 24 horas de anticipación, alcanza para 4 personas y vale $220.000. Puede ser una opción interesante para la segunda y última vez que visite este sitio.

El esfuerzo es loable y esta ya es razón suficiente para darle el beneficio de la duda. Así que adelante, de seguro les saldrán unos platos comestibles e interesantes.

Por último, quisiera hacer notar que sería muy enriquecedor poder leer la descripción contenida en la página web del propio restaurante pero lastimosamente está en chino: "Cooking Taichi es uno de los más exquisitos placeres culinarios más finos de Bogotá. Ubicado en la zona mas populares de Bogotá donde toda Asia se unen armoniosamente en un elegante restaurante oriental único, en Colombia".

1 de marzo de 2013

¿Cómo se escribe una buena columna? (Recordando a D'Artagnan)

Desde que inicié este Blog estoy en mora con un ser muy especial que, aunque ya no pertenece a nuestro mundo, vive en la mente y en los recuerdos de muchos. Su memoria, sin lugar a dudas, ha influenciado cada palabra publicada por mi. 


Hace cuatro años, luego de una dolorosa y humillante batalla contra una maldita enfermedad, Roberto Posada García-Peña partió de entre nosotros seguramente al lugar que se ha dispuesto para las almas buenas. Y es que precisamente esa siempre fue su esencia. Lo recuerdo generoso, inteligente, jocoso, irreverente, pero sobre todo como un espléndido y admirable opinante. Y cómo me ha servido esto último para pulir mi naciente (y por lo pronto mediocre y vulgar) estructura mental de escritor.

Durante su desafortunadamente corta existencia, D’Artagnan se erigió como un periodista cabal. Entendió, como pocos, que la convicción personal expresada con decencia, pulcritud y firmeza, puede traspasar las fronteras de la propia mente y que una vez exteriorizada, es susceptible de tener trascendencia e influencia en la visión general del conglomerado que la recibe. Eso es, a la postre, lo que quiere todo sujeto que opta por manifestar públicamente su producto intelectual más primario: la opinión. 

En la conmemoración del aniversario de su muerte me adentré un poco en el análisis del periodismo y me pregunté ¿cómo se escribe una buena columna? ¿de dónde salen la ideas? Muchas vueltas le di a esos interrogantes pero no encontré ninguna respuesta. Sorpresivamente, cuando ya esas cuestiones habían perdido relevancia, una noche en sueños me encontré con Posada. Estábamos en Madrid, en un bar de barrio, comiendo gambas al ajillo y tomando Drambuie (¿o era Framboise?) cuando de la nada me dijo: "Aparte de leer absolutamente todos los periódicos y revistas, debo decir que aprovecho mucho los almuerzos y determinadas reuniones (no necesariamente sociales, aunque también) para hablar con la gente, y de tales diálogos surge casi siempre la idea alrededor de un tema generalmente coyuntural". 

"¡Claro!" Espeté yo. "A ti te encanta escribir sobre la noticia del momento. ¿Por qué es eso?" 

"[Hacerlo me permite] interpretar a algunos sectores sociales así estos no se identifiquen del todo con los planteamientos expuestos" me respondió. Entre confuso y agradecido por su respuesta, opté por continuar con la charla. 

"No pareciere complejo encontrar una idea. Una vez la tenemos ¿luego qué sigue?" Lo interrogué. 
"Una vez surge la idea en la mente del columnista está prácticamente hecho el 50 por ciento del trabajo". Me puse muy feliz.  
"¡Qué magnifica noticia!" exclamé (y para mis adentros pensé que llevo buena parte de la vida haciendo la mitad del trabajo de un periodista de opinión). "¿Cuál es ese otro 50% de la labor que, al parecer, es lo fundamental de ese bello oficio que tu has sabido manejar tan bien?" 
"Querido Desgraciado" me dijo D’Artagnan, "Tener una idea y tenerla clara es el factor básico para poder armar los sustentos del comentario. Es decir, las premisas que, con cierta racionalidad, se pretenden desarrollar". 

Plop! ¿Qué habrá querido decir? pensé y logré rogarle que no nos pusiéramos tan técnicos. El sueño rápidamente se estaba tornando en una pesadilla que de seguro terminaría en un examen oral, cuando continuó el periodista "tu estudias Derecho ¿no? Haz de cuenta entonces que es como un alegato. [Yo también soy abogado.] No puede negarse que, para dichos efectos, el haber estudiado [esa carrera] le ofrece a uno, a la postre, herramientas claras sobre la concepción del Estado, los partidos y la función de la prensa en una democracia." 

Me tranquilicé un poco, cada vez más entendía hacia dónde se encaminaban sus consejos y enseñanzas. Prosiguió Posada "Más no basta con ser buen jurista, si de eso se tratara. Hay, además, que saber escribir y hacerlo con elegancia, fuerza y capacidad de penetración. Con claridad y, evidentemente, con agilidad. Y tal lección nunca termina, sino que se aprende con cada columna…" 

Desperté estrepitosamente, eran las 3:42 AM. Todo fue tan real que hasta me sentí un poco alicorado. Hace un par de minutos me encontraba en Madrid en un escenario ideal, conversando con quien fuere el columnista más leído de Colombia y ahora estaba en la simple e insípida Bogotá (aunque esta vez, al menos, tenía un par de instrucciones nuevas que de ipso facto me senté a redactar). 

Gracias, Roberto, por tanto.  

* * *

El diálogo con D’Artagnan fue inspirado en un artículo suyo: “¿Cómo escribo mis columnas?” en POSADA, Roberto. (2000) El Arte de Opinar –Lecciones de periodismo de opinión. Bogotá: Editorial Oveja Negra

26 de febrero de 2013

¡Bruto, Gordo, Bandido! (Experiencia en el bistró EL BANDIDO)

Es tremendamente curioso observar los apelativos de los más recientes establecimientos gastronómicos en Bogotá. 'Bruto', 'Gordo', 'Buenos Muchachos', 'N.N.' y 'Bandido' son algunos de los más llamativos que inexorablemente me inducen a pensar que a los comensales capitalinos les atrae de manera profunda el hampa y la fealdad (todos están de moda).


En alguna ocasión reciente, mientras planeaba con mis amigos de la universidad a dónde iríamos en la noche del viernes a exorcizar los demonios de la semana, me sentí tremendamente rebajado en mi honra y autoestima. Organizábamos una cena vía chat. Pregunté ingenuamente que a dónde les gustaría ir a cenar con el fin de reservar una buena mesa cuando, sorpresivamente, la respuesta de mis amigas más cercanas no se compaginó con mi afabilidad. "¡Bruto!" me increpó una, "¡Gordo!" me dijo otra. Quedé impactado, mirando la pantalla del teléfono sin poder si quiera redactar un par de palabras defensivas. De repente otra de ellas saltó a insultarme como nunca antes "No, Gordo no, ¡Gordo Asqueroso! me parece ¡Bandido!"

¿Bruto? ¿Gordo? ¿Bandido? Pensé estupefacto que algo no andaba bien. ¿Que pudo haber pasado? ¿Por qué pasé de ser el camarada adorable y generoso a ser un idiota, cebado, rechoncho y malhechor? Concluí que seguramente existía por ahí un doble mío adicto a la grasa, escaso de mente y medio homicida, pero la historia me era inverosímil. Analicé entonces que de pronto en alguno de mis sonambulismos etílicos pude haberme comportado como un imbécil y como un forajido, sin embargo lo de Bruto no encajaba correctamente dentro de mi descripción comportamental. La obesidad se arregla  y la delincuencia se corrige a punta de castigo, pero el cretinismo, que es inherente al ser y no se cura nunca por más ejercicio mental que se realice, jamás me ha caracterizado. 

Sin entender, y con mucho miedo, atiné a enviar unas líneas explicando mi dolor, pidiendo perdón por existir y retirándome para siempre de la comunidad. En el acto todos en el grupo se mofaron de mi e iniciaron una cadena de insultos reales: ¡estúpido, ignorante, pusilánime, son nombres de restaurantes! Y fue justo en ese momento cuando todo tuvo sentido.


No pudimos ponernos de acuerdo para ese viernes así que optamos por juntarnos para el almuerzo del sábado. Dos de la tarde en el restaurante El Bandido. Uno de los que nos acompañaba ya había ido un par de veces y sus referencias eran sobresalientes. Tuvimos una mesa ideal, entrando a mano izquierda. El ambiente no puede ser mejor. Es una taberna afrancesada (como alguno de sus propietarios la denomina en ocasiones), decorada con un gusto sencillo y coherente con la época que se quiere recrear (décadas de los veintes y treintas), con una música de géneros antiguos totalmente vigente para el Bistró y sin mayor pretensión salvo la de los visitantes regulares de los viernes. Cada detalle está cuidadosamente pensado (platos ingleses, cuadros, telas, texturas, mobiliario, adornos y actitud), lo que gesta para el sitio una identidad indudable que se proyecta con fuerza y a futuro. 

La atmósfera ese día nos incitaba a la beodez. Había mucho sol y por lo mismo bellas sombras  proyectadas en las paredes y el suelo, la temperatura era idónea. La oferta de espirituosos es, como ahora en todos los buenos restaurantes de Bogotá, muy variada. Impresiona la cantidad de whiskys, pero sobre todo de ginebras, todas expuestas en estanterías a lo largo del establecimiento y en la bella barra que invita siempre a un trago. 

Ordenamos unas Citadelle con tónica, ginebra proveniente de Francia muy poco aromática y con mucha presencia de etanol, magníficamente servida en una copa estilizada y generosa. De entrantes para compartir solicitamos un pulpo grillado, un chorizo artesanal sobre cama de puré de papas y unos mejillones especialidad de la casa. El octópodo estaba muy sabroso, cocinado en su punto, servido con unas papas criollas rotas, julianas de tomate y laminitas de cebolla roja que le dan un toque de fuerza. El chorizo artesanal, que más parece un híbrido entre un chorizo y una longaniza, estaba bien de sabor aunque de textura un poco seco y con más puré de papas del que uno quisiera. Las moules, por su parte, son indescriptibles. Bellamente servidas en una ollita blanca de peltre con una receta única de jugos en los que se cocinan. 

De plato principal, gran acierto, pedimos un cochinillo cuya porción alcanza para tres o cuatro personas (atención, sólo hay los sábados al almuerzo). Estaba cocinado a la perfección. Jugoso, tierno, servido de manera correcta con una pezuñita que saluda al comensal apenas la escudilla aterriza en la tabla y con una abundante ensalada de hojas verdes, tomates y una suave vinagreta. 

Luego de tantos manjares mi recomendación es que se obvie el postre. Aunque si se quiere abusar, sugiero los profiteroles (que aunque muy grandes, serán engullidos en su totalidad por su exquisitez y sofisticación).

Dos puntos finales para destacar: (i) Ir el sábado a la hora del almuerzo es una bendición porque se evita uno el zoológico propio de los viernes y de los sábados por la noche donde imperan los lobos, zorras, perras, gatas y cerdos que andan sueltos por ahí. (ii) El servicio es impecable. Los meseros, todos hombres, están permanentemente atentos sin ser invasivos en las decisiones del cliente; son simpáticos y amables, sugieren pertinentemente pero no obligan a nada y reconocen a los antiguos consumidores y los saludan con legítimo afecto. Y por si faltara, todos están agradablemente uniformados como una pandilla de maleantes que recién se empieza a organizar a principios del siglo XX (vaqueros, camisa blanca, tirantas y gorra negras) lo que otorga un punto sutil de jocosidad que cierra a la perfección el ciclo de un restaurante bien puesto. 

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Recomiendo a ojo cerrado este performance del anfitrión de los Oscar's hace un par de noches
http://www.youtube.com/watch?v=7TWLKP8j0zk

We Saw Your Boobs, no sólo por su creatividad y genio, sino porque nos deja una lista de peliculas invaluables para la posteridad.