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30 de julio de 2014

El Desgraciado se despide…

Ya es costumbre que El Desgraciado, luego de etapas de prolífica producción, desaparezca sin razón. Esta vez, sin embargo, hay una causa de peso que todos los lectores deben conocer. Hace un par de semanas, el autor de este espacio inició un proceso para ser admitido como bloguero en línea de la Casa Editorial El Tiempo. Luego de que se verificó que el contenido propuesto cumple con los criterios mínimos de fondo, forma y calidad, se decidió otorgarle un espacio dentro de Eltiempo.com: blogs.eltiempo.com/el-desgraciado-opina/

A partir de hoy El Desgraciado escribirá desde esa trinchera, pero la esencia será la misma. El nombre del magazín seguirá siendo igual, el contenido irreverente tenderá a la evolución y, prontamente, se construirá una red de desgraciados mucho más amplia gracias al amparo del grupo de medios más importante de Colombia. Este es un escenario en que El Desgraciado se despide, pero no de la redacción, sino del espacio que lo acogió por más de un año y medio, Blogspot.

El Desgraciado agradece a su fiel audiencia por creer en él desde el inicio, cuando escribía mal desde la independencia. Ahora, que el cauce de la vida vira para darle un nuevo aire, este escritor espera seguir contando con su compañía.

16 de abril de 2013

¡El Desgraciado está de vuelta!

Luego de un par de semanas de un absoluto oscurantismo literario, el Desgraciado renace.


Desde el 19 de Marzo de 2013 no escribía una entrada. En ese último artículo les prometí a todos ustedes que no claudicaría y que escribiría semanalmente así fueran entradas cortas de baja calidad. Les mentí. Los abandoné. Los dejé a su suerte en sus rutinas sin la posibilidad de refrescarse brevemente en el oasis de mis artículos en mitad de sus tediosas jornadas. ¡Mea culpa! Ferié mis alas por unos cortos pesos tal como procedió Esaú con su primogenitura o como recientemente lo hizo Roy Barreras al regalarle su curul a sectas evangélicas. Pero ya he vuelto. Ya estoy aquí de nuevo con más fuerza y ahínco para seguir comentando lo que haya que comentar, seguir insultando a quien haya que insultar, seguir criticando a quien haya que criticar y seguir loando a quien haya que loar.  

En mi ausencia nos hemos perdido de muchos temas de los que habría sido placentero sentarse a escribir: El mundo ha visto la revolución eclesiástica a cargo del Papa Francisco mediante la cual quiere acercar la iglesia a quienes (lastimosamente) no hablamos latín, la muerte de Thatcher quien con su deceso nos permitió dimensionar su relevancia en el panorama mundial , el fraude electoral en Venezuela que le dio rienda suelta a un ex-busetero para que continúe con la revolución bolivariana, la franca decadencia de Colombia comprobada el pasado 9 de abril en la marcha comunista, o incluso una fuerte conjuntivitis que experimenté la Semana Santa. Por fortuna estos temas (salvo, ojalá la conjuntivitis), no están cerrados.

*     *     *     *

En este mes de desaparición cibernético-literaria me pude dar cuenta de la cantidad de seguidores de mis líneas. Un grupo considerable de personas, principalmente mujeres, hicieron saber de alguna manera que mis artículos les hacían falta.

Las más discretas optaron por escribir un correo: "Desgraciado tu fan # 1 está triste porque no estas escribiendo últimamente. Estás tan ocupado que no puedes? El talento que tienes no lo puedes desperdiciar, va en tu composición genética (...) Así que ponte las pilas, hay mucho de qué comentar!!!". Otras, por el contrario, me abordaban por la calle para exigir, amenazantes, que el Desgraciado volviese lo más rápido posible: "Es la última vez que le pido amablemente que vuelva a escribir, ¿queda claro?" No faltó el que me organizó el horario: "Llegas a la casa a las 7:00 PM, comes, te empijamas y escribes dos horas diarias ¡incluso te queda tiempo para un partido de tenis!" y hubo alguna estúpida que, siendo tan cercana a mi, no sabía de la real identidad de quien se esconde bajo la mascara de el Desgraciado: "estaba leyendo un blog buenísimo de un tal Desgraciado pero repentinamente dejó de escribir, espero que esté bien y que vuelva pronto..."

Cada comentario alimentaba mis ansias por volver a experimentar la felicidad de dejar que mis torpes dedos repicaran sobre las blancas teclas de mi computadora dejando fluir un río de expresión interna del alma. Cada petición de regreso se configuró como la cachetada que necesitaba para entrar en razón y para situar de nuevo a este magazín y a sus lectores en el tope de las prioridades. Pasaban los días y mi inquietud por redactar era creciente, sin embargo, aún me encontraba en otros lares escribiendo para otra persona, y claro, no lo hacía acorde a mi esencia.

Veía material para publicar en cada esquina de mi existencia sobre todo en mi nuevo ecosistema laboral donde yo me sentía como un audaz reportero de la National Geographic Society tratando de documentar la interacción de raros especímenes enjaulados. Pero no sólo allí, sino también en cada restaurante que visité, en el parto del hijo de la empleada, en las anécdotas de mi amigo el Pote quien recientemente confesó que lo pescaron con material triple equis en una junta muy importante, en mi clase de Justice (cátedra que se origina en la universidad de Harvard y que sigo por internet), en un paseo a la finca en el que el carro de uno de los invitados explotó y, en fin, en un sinnúmero de eventos que ni siquiera alcancé a anotar. 

Mi desasosiego aumentaba con el pensamiento de que mis asiduas lectoras podrían estar cambiando mis textos por algún gurú de la nueva era que les enseña a adelgazar mediante la comunicación con los ángeles y yo, mientras tanto, no tenía tenía tiempo ni ánimo de redactar. Luego de infinitas noches de insomnio y angustias, llegó el momento en que por fin decidí que si no me organizaba de tal manera que pudiera dedicarme a mi blog, mi cerebro explotaría como una olla express.

Retomar no ha sido fácil. Cambiar el estilo serio y elaborado que venía ejecutando en el trabajo por éste, fresco y encantador, no ha sido del todo sencillo. Temo muy seriamente que la ingesta de aguas aromáticas de oficina (que más parecen orines de gato enfermo) haya generado en mi estilo una mutación irreversible.
 



8 de marzo de 2013

El Desgraciado Llora en el Trabajo

Yo no sé si el inicio de la vida laboral es tan traumático para todas las personas como está siendo para mi. Aquí mi experiencia.


Hace un par de años, por recomendación de un amigo mío cercano, terminé trabajando para quien fuere mi profesor de derecho societario. Él, uno de los abogados comercialistas más reconocidos en la materia, me asignó la tarea de estar pendiente de su oficina y de sus negocios en razón a que durante ese periodo tendría que ausentarse de la ciudad por espacios cortos de tiempo. El trabajo encomendado consistía fundamentalmente en cuidar de su santuario jurídico, lo que me significaba estar en contacto con sus clientes y empezar a empaparme de sus quehaceres. El panorama parecía fascinante. Sin embargo, con el pasar de los días, me percaté de que tal paraíso nunca existió. Mis funciones no eran más que las de cualquier secretaria competente y me convertí en blanco de preguntas y afrentas que con mi escaso conocimiento no podía resolver. 

El primer cometido que mi nuevo jefe me encargó fue el de redactar, en inglés, un contrato de compraventa de acciones en el que una entidad del sector agropecuario adquiría otra compañía cuyo objeto social se presentaba como conexo al de la primera. Las cifras eran astronómicas, las cantidades accionarias fueron abrumadoras, y así, el negocio jurídico que yo debía estructurar con mi propio y mediocre intelecto, parecía un laberinto sin salida. 

Por supuesto que a mis escasos 22 años yo ni siquiera sabía de la existencia de ese tipo de acuerdos por lo que, en mi inocencia de recién empleado, opté por preguntarle a mi comendador: "Doctor, ¿me podría ayudar a redactar el documento?" Su respuesta fue tajante: "No tengo tiempo, le voy a mandar uno que ya está hecho y usted solamente tiene que cambiar los nombres de las partes y acomodar las condiciones del negocio". Me pareció justo. Bajo esa premisa el quehacer no parecía tan complejo. Recibí el contrato guía, lo leí y ahí mismo vi mi mundo caerse a pedazos. El texto que me llegó era totalmente diferente a lo que se me pedía. 

Con mucha entereza y esfuerzo logré confeccionar un escrito con algunas notas al pié de página y apartes subrayados con el fin de pulir las falencias bajo la orientación del Doctor. Se lo mandé y cuando él vislumbró mi documento lleno de párrafos resaltados y apuntes con preguntas, se puso furioso y me dijo que en su oficina "nadie escribía en amarillo", que hiciera una versión final como si fuera a entregárselo al cliente y que únicamente ahí el revisaría. Me repuse e hice lo que se me ordenó. Lo envié de nuevo, pero ahora palabras amargas taladraron mis oídos: "reestructúrelo, está muy largo, la mitad de las cláusulas son impertinentes y están mal redactadas". Lo volví a hacer desganado y lo reenvié. "¿¡¡Dónde está la cláusula que estipula que las partes retendrán las utilidades del ejercicio inmediatamente anterior!!?" me señaló con saña. "Ahí está Doctor, en la página número 32". "Ah, si, pero sabe, esa estipulación está muy 'chimba', vuelva a redactarla". Sin saber que más hacer, acudí a  mis amigos, abogados y no abogados, para entre todos sacar adelante el contrato. Lo despaché y en esta ocasión el señor muy comedido y generoso contestó un muy diciente "ok".

Por fortuna, la siguiente semana el Doctor se largó de viaje y ahora era yo quien estaba a cargo. ¿Pero a cargo de qué? la oficina se componía de una secretaria, y yo. Bueno, al menos el tirano estaba lejos y podría yo tener un poco de paz. En esos días, empero, no tuve nada que hacer salvo contestar llamadas y dar órdenes de pago de cheques. La circunstancia se hizo insoportable. Me levanté todos los días como una plañidera pensando en la tristeza de tener que gastar mis tardes de estudiante en un búnker de mala energía jurídica así que renuncié mediante una comunicación enviada por correo electrónico en la que, además de disculparme, rogaba unos minutos para agradecerle físicamente la oportunidad que me otorgó. (Sí, muy descortés hacerlo por email pero preferí ser grosero a tener que exponerme de nuevo a una humillación). Pasados unos poquísimos minutos y tal como era de esperarse, el Doctor contestó con un locuaz "ok, no tengo tiempo para reuniones." Y así me fui, alivianado por haber salido del infierno. Duré 15 días de empleado (jornadas que por cierto no me remuneraron de ninguna forma).

A raíz de la antedicha experiencia quedé traumatizado con el derecho y con el mundo laboral. Aún hoy, luego de terminar mis materias, me da pánico cuando me toca pensar en trabajar. Me da ansiedad, insomnio y un sentimiento incontrolable de estar equivocado. Esta cadena de dolores me ha obligado a encerrarme en mi casa a escribir entradas de blog para ver pasar el tiempo sin sentirme del todo improductivo.