17 de agosto de 2013

La Sala VIP, una experiencia.

El Desgraciado tuvo el privilegio de viajar a Cartagena de Indias en días pasados. Su experiencia en el trayecto fue a todas luces maravillosa. En este texto el autor relata a los lectores su espectacular vivencia en la Sala VIP de Avianca en el Puente Aéreo. 


Entrar a la sala VIP de Avianca en el Puente Aéreo es una acción que tiene todo de sus generis. La concurrencia es magnifica y, afortunadamente, cada vez es más amplia. Ya no solo tienen acceso los viajeros de clase ejecutiva sino también los tarjetahabientes de Priority Pass y los tenedores Platino, Gold y Silver de Life Miles. El conglomerado, feliz y diverso, se atesta en las reducidas butacas y roídos sofás; se aglutina alrededor de las bandejas de comida y hasta baila al son de vallenatos que emanan de improvisados parlantes. El que quiera sentirse en Colombia que haga un trabajo de inmersión en la Sala VIP de Avianca del Puente Aéreo en vísperas de un puente. 

Dentro de la gama de especímenes, protagonistas de este espacio, es posible hallar un considerable número de prestigiosos y bien puestos comerciantes de narcóticos con sus exuberantes y distinguidas parejas, mujeres que han alcanzado sus sueños a través de los cánones enseñados por la profunda y reconocida serie “Sin Tetas no hay Paraíso”. Por si fuera poco, reinan también valiosísimas personas de la emergente clase media que por estar en la Sala incrementan su estratificación por arte de magia y miembros de la clase dirigente con toda clase de gadgets tecnológicos que usan al mismo tiempo reafirmando su capacidad de “multitasking”.

Ante tal escenario la pregunta que inmediatamente surgió en mi intelecto fue ¿dónde está aquella pequeña minoría de personas decentes que lo único que quiere es un whisky antes de abordar un avión? Tardé mucho en encontrarlos. Están aislados en un nuevo mundo que ahora les es hostil: Las salas VIP han dejado de serlo. Los nuevos magnates han mostrado sus dientes (de oro) para asustar a los que dominaban este otrora tranquilo hábitat aeronáutico.

A pesar de la agresividad de la atmósfera decidí (inundado de valentía) ingresar. Mi meta sería conseguir un buen lugar para leer, tomarme una cerveza y deleitarme con alguna de las exquisitas especialidades gastronómicas, cortesía de la aerolínea. 

¡Pobre ingenuo! En esta selva los detentadores del poder marcan los lugares con orina de modo que no existe para los ajenos un lugar para descansar un rato. La soñada comida no pudo ingresar a mis entrañas pues los dueños del sitio arrasaban las bandejas apenas salían de la cocina y no hubo la bienamada cerveza porque los reyes del lugar, coronados con esmeraldas, deben "aprovechar hasta el último lujo" (así lo dijo uno de los insignes prohombres –vestido de gabán y sandalias- que estaba en la barra). 

Quedé en shock. ¿Qué hacer en un área tan ajena y antipática? La respuesta era más que obvia. Un whisky doble calmaría mis nervios. Pero ¿Dónde están las bebidas? Sólo veía un par de cafeteras y tres jarras con jugo y agua. “¡Un whisky por el amor de Dios, esto a palo seco es muy duro!”, le dije a una de las administradoras del lugar gimiendo por un poco de alcohol. Me preguntó si no había nada en la mesa, a lo que pude decir con mis últimos alientos “señorita, si estoy preguntándole es porque claramente no hay botellas allí…”. Luego de un interminable rato, la bella dama gritó: “¡Por Dios! pero si acabamos de poner dos botellas de Sello Negro y una de Vodka… De seguro algún viajero se las llevo completas, llamaré a seguridad". 

Ya hubiese querido ser yo ese viajero que tenía la botella íntegra en su maleta (o en su sangre). Pero no. Alguien me había privado de un trago y ese es un pecado imperdonable. No resistí más la humillación y salí despavorido. Llegué a la sala de espera para la gente no VIP y ahí estuve tranquilo. Pensionados con sus nietos, familias con niños pequeños, trabajadores de cargos medios y un grupo de personas correctas fueron mis acompañantes. 

Para el que busque un contexto refinado recomiendo el espacio dispuesto para la gente común. Ahí estarán lejos de una colectividad en la que cabe desde el hijo menor del mártir Galán hasta los adeptos de alias Popeye. 

1 comentario:

  1. Mal habitadas las salas "Clase VIP", realidades colombianas. Volver a lo común y sencillo es verdadera Clase. Comparto tú opinión.

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