Un libro puede ser como una persona. Lo ves a la cara y sabes que te atrae, que quieres conocerle profundamente. Preguntas su nombre y, ahí, decides que nunca quieres dejarlo ir de tu vida. Eso exactamente me pasó este mes de enero, tanto con una persona como con un libro. Sin embargo, aquí sólo es oportuno hablar del libro.
* * *
«Un buen
libro, Marcus, no se mide sólo por sus últimas palabras. Sino por el efecto
colectivo de todas las palabras precedentes. Apenas medio segundo después de
haber terminado el libro, tras haber leído la última palabra, el lector debe
sentirse invadido por un fuerte sentimiento; durante un instante, sólo debe
pensar en todo lo que acaba de leer, mirar la portada y sonreír con un gramo de
tristeza porque va a echar de menos a todos los personajes. Un buen libro,
Marcus, es un libro que uno se arrepiente de terminar.»
Nunca
antes había experimentado ese fuerte sentimiento que se debe sentir al acabar
un buen libro. Ni siquiera lo viví al culminar "El Retrato de Dorian
Grey", mi libro favorito por sobre todos. Muchas veces he sonreído
nostálgicamente a la portada de una excelente narración porque echaría de menos
a sus personajes, porque me volvería a sentir sólo. Pero nunca había sido
revolcado en mi emoción hasta el punto de temblar y tener la voz entrecortada;
no me había ocurrido que, al culminar una lectura, tuviera la necesidad casi
fisiológica de enfrentarme a una hoja en blanco para expresar en palabras lo
que ésta ha significado. Y eso es justamente lo que me pasó al finalizar
"La verdad sobre el caso Harry Quebert”, del joven escritor suizo Jöel
Dicker.
No vale la
pena analizar aquí la escritura de Dicker, su extraordinaria estructura
literaria llena saltos espacio-temporales, respiros que apenas significan el
transcurso de instantes, variaciones en los tiempos gramaticales ni los cambios
de narrador. No es menester señalar que la construcción de los personajes es
perfecta hasta el punto de darle a cada uno una personalidad propia, ni que la
enseñanza principal es que los hombres nunca terminarán de conocer a los
hombres. No es necesario porque todo ello saltará a la vista una vez se realice
la lectura.
Lo que
hace especial "La verdad sobre el caso Harry Quebert" es la
generosidad del autor. Él logra articular dentro de sus páginas una cátedra
bien lograda de lo que es ser un escritor, de cómo se debe escribir un libro y
de cómo la fama es mentirosa. Nos muestra con sencillez y casi angustia las enfermedades
propias de quien escribe y de quien edita libros y nos enseña, finalmente, que
un buen libro deja de ser propiedad del autor para ser, ahora, de los lectores.
Pero la
generosidad de Dicker no se detiene ahí, en la mera y estéril exposición de
principios y reglas para escribir. Él decide ir más allá. El autor avanza hasta
regalarnos momentos estelares en una historia compleja que, aunque se enreda
con el pasar de cada página, culmina con la exposición de una verdad. Una
verdad con la que jugó a lo largo de más de 650 páginas. Una verdad para la
cual los lectores nos convertimos en investigadores. Una verdad que, a la
postre, arrolla con fuerza.
Los que
esperan que los siguientes párrafos cuenten algo de la trama de este libro
deberán seguir esperando. Me es permitido afirmar que la historia es única,
llena de matices, aristas y emociones, pero no puedo decir más. Una mala reseña
podría echar al trasto esta experiencia que aquí trato de mostrarles.
«Cuando
llegue al final del libro, Marcus, ofrezca a sus lectores un giro argumental de
último minuto (...) Hay que tener al lector en vilo hasta el último momento. Es
como cuando juega a las cartas: debe guardar algunos triunfos para el final.» Y
eso es exactamente los que nos ofrece Jöel Dicker. Giros en la trama, golpes en
el ego y cachetadas en el alma. Los periodistas encontrarán lecciones
importantes para su disciplina, los religiosos entenderán la gravedad de sus
creencias, los abogados observarán lo que es trabajar sin escrúpulos, los escritores
querrán escribir, los amigos querrán más a sus amigos aún más si el camino de
la vida se ha ya bifurcado para siempre entre ellos, los psiquiatras verán
facetas importantes de la psiquis humana y todos, ojalá, tendrán la posibilidad
de decirse a sí mismos «he encontrado los libros. Ahora parto en busca del
amor.»
* * *
Todas las
citas expuestas en este pequeño artículo fueron sacadas de: DICKER, Jöel.
(2013). La verdad sobre el caso Harry Quebert. Bogotá: Alfaguara
A veces suceden cosas que no tienen explicación, llegan a nuestras vidas personas que no imaginamos y en los lugares menos esperados, es cierto, los libros pueden impactarnos tal cual y sembrar tantos sentimientos como hojas tiene y tantas experiencias como los capítulos de nuestra afanada vida. Me leeré este libro.
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