Es tremendamente curioso observar los apelativos de los más recientes establecimientos gastronómicos en Bogotá. 'Bruto', 'Gordo', 'Buenos Muchachos', 'N.N.' y 'Bandido' son algunos de los más llamativos que inexorablemente me inducen a pensar que a los comensales capitalinos les atrae de manera profunda el hampa y la fealdad (todos están de moda).
En alguna ocasión reciente, mientras planeaba con mis amigos de la universidad a dónde iríamos en la noche del viernes a exorcizar los demonios de la semana, me sentí tremendamente rebajado en mi honra y autoestima. Organizábamos una cena vía chat. Pregunté ingenuamente que a dónde les gustaría ir a cenar con el fin de reservar una buena mesa cuando, sorpresivamente, la respuesta de mis amigas más cercanas no se compaginó con mi afabilidad. "¡Bruto!" me increpó una, "¡Gordo!" me dijo otra. Quedé impactado, mirando la pantalla del teléfono sin poder si quiera redactar un par de palabras defensivas. De repente otra de ellas saltó a insultarme como nunca antes "No, Gordo no, ¡Gordo Asqueroso! me parece ¡Bandido!"
¿Bruto? ¿Gordo? ¿Bandido? Pensé estupefacto que algo no andaba bien. ¿Que pudo haber pasado? ¿Por qué pasé de ser el camarada adorable y generoso a ser un idiota, cebado, rechoncho y malhechor? Concluí que seguramente existía por ahí un doble mío adicto a la grasa, escaso de mente y medio homicida, pero la historia me era inverosímil. Analicé entonces que de pronto en alguno de mis sonambulismos etílicos pude haberme comportado como un imbécil y como un forajido, sin embargo lo de Bruto no encajaba correctamente dentro de mi descripción comportamental. La obesidad se arregla y la delincuencia se corrige a punta de castigo, pero el cretinismo, que es inherente al ser y no se cura nunca por más ejercicio mental que se realice, jamás me ha caracterizado.
Sin entender, y con mucho miedo, atiné a enviar unas líneas explicando mi dolor, pidiendo perdón por existir y retirándome para siempre de la comunidad. En el acto todos en el grupo se mofaron de mi e iniciaron una cadena de insultos reales: ¡estúpido, ignorante, pusilánime, son nombres de restaurantes! Y fue justo en ese momento cuando todo tuvo sentido.
Sin entender, y con mucho miedo, atiné a enviar unas líneas explicando mi dolor, pidiendo perdón por existir y retirándome para siempre de la comunidad. En el acto todos en el grupo se mofaron de mi e iniciaron una cadena de insultos reales: ¡estúpido, ignorante, pusilánime, son nombres de restaurantes! Y fue justo en ese momento cuando todo tuvo sentido.
No pudimos ponernos de acuerdo para ese viernes así que optamos por juntarnos para el almuerzo del sábado. Dos de la tarde en el restaurante El Bandido. Uno de los que nos acompañaba ya había ido un par de veces y sus referencias eran sobresalientes. Tuvimos una mesa ideal, entrando a mano izquierda. El ambiente no puede ser mejor. Es una taberna afrancesada (como alguno de sus propietarios la denomina en ocasiones), decorada con un gusto sencillo y coherente con la época que se quiere recrear (décadas de los veintes y treintas), con una música de géneros antiguos totalmente vigente para el Bistró y sin mayor pretensión salvo la de los visitantes regulares de los viernes. Cada detalle está cuidadosamente pensado (platos ingleses, cuadros, telas, texturas, mobiliario, adornos y actitud), lo que gesta para el sitio una identidad indudable que se proyecta con fuerza y a futuro.
La atmósfera ese día nos incitaba a la beodez. Había mucho sol y por lo mismo bellas sombras proyectadas en las paredes y el suelo, la temperatura era idónea. La oferta de espirituosos es, como ahora en todos los buenos restaurantes de Bogotá, muy variada. Impresiona la cantidad de whiskys, pero sobre todo de ginebras, todas expuestas en estanterías a lo largo del establecimiento y en la bella barra que invita siempre a un trago.
Ordenamos unas Citadelle con tónica, ginebra proveniente de Francia muy poco aromática y con mucha presencia de etanol, magníficamente servida en una copa estilizada y generosa. De entrantes para compartir solicitamos un pulpo grillado, un chorizo artesanal sobre cama de puré de papas y unos mejillones especialidad de la casa. El octópodo estaba muy sabroso, cocinado en su punto, servido con unas papas criollas rotas, julianas de tomate y laminitas de cebolla roja que le dan un toque de fuerza. El chorizo artesanal, que más parece un híbrido entre un chorizo y una longaniza, estaba bien de sabor aunque de textura un poco seco y con más puré de papas del que uno quisiera. Las moules, por su parte, son indescriptibles. Bellamente servidas en una ollita blanca de peltre con una receta única de jugos en los que se cocinan.
De plato principal, gran acierto, pedimos un cochinillo cuya porción alcanza para tres o cuatro personas (atención, sólo hay los sábados al almuerzo). Estaba cocinado a la perfección. Jugoso, tierno, servido de manera correcta con una pezuñita que saluda al comensal apenas la escudilla aterriza en la tabla y con una abundante ensalada de hojas verdes, tomates y una suave vinagreta.
Luego de tantos manjares mi recomendación es que se obvie el postre. Aunque si se quiere abusar, sugiero los profiteroles (que aunque muy grandes, serán engullidos en su totalidad por su exquisitez y sofisticación).
Dos puntos finales para destacar: (i) Ir el sábado a la hora del almuerzo es una bendición porque se evita uno el zoológico propio de los viernes y de los sábados por la noche donde imperan los lobos, zorras, perras, gatas y cerdos que andan sueltos por ahí. (ii) El servicio es impecable. Los meseros, todos hombres, están permanentemente atentos sin ser invasivos en las decisiones del cliente; son simpáticos y amables, sugieren pertinentemente pero no obligan a nada y reconocen a los antiguos consumidores y los saludan con legítimo afecto. Y por si faltara, todos están agradablemente uniformados como una pandilla de maleantes que recién se empieza a organizar a principios del siglo XX (vaqueros, camisa blanca, tirantas y gorra negras) lo que otorga un punto sutil de jocosidad que cierra a la perfección el ciclo de un restaurante bien puesto.
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Recomiendo a ojo cerrado este performance del anfitrión de los Oscar's hace un par de noches
http://www.youtube.com/watch?v=7TWLKP8j0zk
We Saw Your Boobs, no sólo por su creatividad y genio, sino porque nos deja una lista de peliculas invaluables para la posteridad.
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Recomiendo a ojo cerrado este performance del anfitrión de los Oscar's hace un par de noches
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De acuerdo mi querido "desgraciado" ( ese seria un buen nombre para un restaurante). Experimente lo mismo en El Bandido, magnifico el restaurante y magnifico como capataste y describiste tu experiencia. Una Fan de tu blog
ResponderEliminarApenas montemos el restaurante "El Desgraciado" serás la primera invitada
EliminarMuy bueno!!! como siempre una delicia leer al "desgraciado".
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