Desde que inicié este Blog estoy en mora con un ser muy especial que, aunque ya no pertenece a nuestro mundo, vive en la mente y en los recuerdos de muchos. Su memoria, sin lugar a dudas, ha influenciado cada palabra publicada por mi.
Hace cuatro años, luego de una dolorosa y humillante batalla contra una maldita enfermedad, Roberto Posada García-Peña partió de entre nosotros seguramente al lugar que se ha dispuesto para las almas buenas. Y es que precisamente esa siempre fue su esencia. Lo recuerdo generoso, inteligente, jocoso, irreverente, pero sobre todo como un espléndido y admirable opinante. Y cómo me ha servido esto último para pulir mi naciente (y por lo pronto mediocre y vulgar) estructura mental de escritor.
Durante su desafortunadamente corta existencia, D’Artagnan se erigió como un periodista cabal. Entendió, como pocos, que la convicción personal expresada con decencia, pulcritud y firmeza, puede traspasar las fronteras de la propia mente y que una vez exteriorizada, es susceptible de tener trascendencia e influencia en la visión general del conglomerado que la recibe. Eso es, a la postre, lo que quiere todo sujeto que opta por manifestar públicamente su producto intelectual más primario: la opinión.
En la conmemoración del aniversario de su muerte me adentré un poco en el análisis del periodismo y me pregunté ¿cómo se escribe una buena columna? ¿de dónde salen la ideas? Muchas vueltas le di a esos interrogantes pero no encontré ninguna respuesta. Sorpresivamente, cuando ya esas cuestiones habían perdido relevancia, una noche en sueños me encontré con Posada. Estábamos en Madrid, en un bar de barrio, comiendo gambas al ajillo y tomando Drambuie (¿o era Framboise?) cuando de la nada me dijo: "Aparte de leer absolutamente todos los periódicos y revistas, debo decir que aprovecho mucho los almuerzos y determinadas reuniones (no necesariamente sociales, aunque también) para hablar con la gente, y de tales diálogos surge casi siempre la idea alrededor de un tema generalmente coyuntural".
"¡Claro!" Espeté yo. "A ti te encanta escribir sobre la noticia del momento. ¿Por qué es eso?"
"[Hacerlo me permite] interpretar a algunos sectores sociales así estos no se identifiquen del todo con los planteamientos expuestos" me respondió. Entre confuso y agradecido por su respuesta, opté por continuar con la charla.
"No pareciere complejo encontrar una idea. Una vez la tenemos ¿luego qué sigue?" Lo interrogué.
"Una vez surge la idea en la mente del columnista está prácticamente hecho el 50 por ciento del trabajo". Me puse muy feliz.
"¡Qué magnifica noticia!" exclamé (y para mis adentros pensé que llevo buena parte de la vida haciendo la mitad del trabajo de un periodista de opinión). "¿Cuál es ese otro 50% de la labor que, al parecer, es lo fundamental de ese bello oficio que tu has sabido manejar tan bien?"
"Querido Desgraciado" me dijo D’Artagnan, "Tener una idea y tenerla clara es el factor básico para poder armar los sustentos del comentario. Es decir, las premisas que, con cierta racionalidad, se pretenden desarrollar".
Plop! ¿Qué habrá querido decir? pensé y logré rogarle que no nos pusiéramos tan técnicos. El sueño rápidamente se estaba tornando en una pesadilla que de seguro terminaría en un examen oral, cuando continuó el periodista "tu estudias Derecho ¿no? Haz de cuenta entonces que es como un alegato. [Yo también soy abogado.] No puede negarse que, para dichos efectos, el haber estudiado [esa carrera] le ofrece a uno, a la postre, herramientas claras sobre la concepción del Estado, los partidos y la función de la prensa en una democracia."
Me tranquilicé un poco, cada vez más entendía hacia dónde se encaminaban sus consejos y enseñanzas. Prosiguió Posada "Más no basta con ser buen jurista, si de eso se tratara. Hay, además, que saber escribir y hacerlo con elegancia, fuerza y capacidad de penetración. Con claridad y, evidentemente, con agilidad. Y tal lección nunca termina, sino que se aprende con cada columna…"
Desperté estrepitosamente, eran las 3:42 AM. Todo fue tan real que hasta me sentí un poco alicorado. Hace un par de minutos me encontraba en Madrid en un escenario ideal, conversando con quien fuere el columnista más leído de Colombia y ahora estaba en la simple e insípida Bogotá (aunque esta vez, al menos, tenía un par de instrucciones nuevas que de ipso facto me senté a redactar).
Gracias, Roberto, por tanto.
* * *
El diálogo con D’Artagnan fue inspirado en un artículo suyo: “¿Cómo escribo mis columnas?” en POSADA, Roberto. (2000) El Arte de Opinar –Lecciones de periodismo de opinión. Bogotá: Editorial Oveja Negra
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