Admiro a Joseph Ratzinger porque siempre ha hecho lo que le viene en gana.
Estoy seguro de que esta entrada será la más impopular de todas las que hasta ahora he redactado. Voy a defender al Papa. Si no les gusta, creo que pueden dejar de leer en este mismo instante (en todo caso por favor vuelvan luego. Seguramente habrá nuevas opiniones menos incendiarias).
Josheph Aloisious Ratzinger siempre se ha caracterizado por ser una figura diferente dentro de la Iglesia Católica. Desde que se ordenó sacerdote junto a su hermano Georg en 1951, ha manejado un estilo único y muy propio. Y es, además, una de las personas más interesantes del mundo.
Cuando era seminarista, Ratzinger participó
durante más de un año, dicen que por obligación del régimen, en las en las
Juventudes Hitlerianas como ayudante de la artillería antiaérea, pero no es hasta el Concilio Vaticano II que empieza a ser
conocido por su activa participación ultraconservadora en la Iglesia. Pasados los años, el 24 de marzo de 1977
Ratzinger fue consagrado arzobispo de Múnich y el 27 de junio, Pablo VI lo nombró cardenal.
En 1981 fue convocado por Juan Pablo II
para encabezar la Congrecación para la Doctrina de la Fe, cargo que generó su
imagen de máximo inquisidor de la modernidad. Luego, en
2002, fue nombrado decano del Colegio Cardenalicio, título que lo facultó para
presidir el entierro de su predecesor en el trono de Pedro y que lo acercó
inexorablemente a ser nombrado Vicario de Cristo el 19 de abril de 2005.
Es innegable que Benedicto XVI es una de
las personas más atractivas hoy vivas. Sirvió en las fuerzas Nazis mientras
estudiaba para ser sacerdote. Su pensamiento ultraconservador permeó la
doctrina católica al participar activamente en el Concilio Vaticano II (donde además, fraguó profundas enemistades), fue prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (también conocida
como Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición) donde luchó
incansablemente por la ortodoxia Católica, y hoy es el Papa número 265 de la Iglesia.
Pero además, Joseph Ratzinger habla diez idiomas de los que domina por lo menos
seis: alemán, italiano, francés, latín, inglés y español; lee griego antiguo y
hebreo. Es miembro de diversas sociedades científicas de Europa y ha recibido
ocho doctorados honoris causa. Como si le
faltara, es además ciudadano honorífico de varias comunidades en Alemania, es
un magnifico pianista, admira la música de Mozart, es uno de los 100 personajes más influyentes
del planeta según la revista Time en 2005 y ha escrito innumerables obras que
recogen su pensamiento (al menos 6 grandes tratados cuando era cardenal, 3
encíclicas, 4 Exhortaciones Apostólicas, 6 Motu Proprio y 3 libros sobre la
vida de Cristo).
En todo caso su talante académico no es, a mi
juicio, su viso más impactante (la académia profunda me desespera y, si bien es un
elemento de admiración, yo me voy más por la superficie). Desde que fue ungido
como Pontífice, el Papa no tuvo inconveniente en ponerse a la moda. Recuerdo la
impecable colección de zapatos y sombreros que siempre lució en público, el iPad y el iPod que fueron configurados
especialmente para él, el agua de colonia que mandó a preparar únicamente para su
uso privado, la apertura de su cuenta oficial en Twitter, la cantidad de
salchichas que importó de su natal Alemania (acompañadas siempre de su bebida
preferida: jugo de naranja) y, por si fuera poco, además de haber escogido un
nombre pontificio impopular (del que explicó alguna vez «He querido
llamarme Benedicto para relacionarme idealmente al venerado pontífice Benedicto XV, que guió a la Iglesia en un periodo
atormentado por el primer conflicto mundial»), ahora renuncia a su puesto para irse a encerrar en
una abadía de clausura a escribir libros. En más de 600 años un Papa no había
dimitido.
Va a dejar un vacío grande, pues su figura,
tan poco comprendida en el mundo, me logró llegar profundamente. Joseph Ratzinger siempre ha hecho lo que le ha venido en
gana sustentado en razones y
convicciones. Y cómo me gustan las personas así. Que
defienden sus posturas utilizando todas las herramientas con las que cuentan
(aunque respecto de Benedicto XVI no comparta prácticamente ninguna de ellas en
temas como el control de la natalidad y el diálogo interreligioso, la
eutanasia, los homosexuales y el aborto). Este Papa siempre generó una opinión. Positiva o negativa, cada ser que haya tenido contacto con él tiene un concepto. Algunos (los más), hablan de su falta de carisma. Yo hablaría de que tiene un carisma tan extraño que muy pocos lo entendemos.
Quedo nostálgico por su partida. Pero espero con ansias que el Colegio Cardenalicio sepa elegir a alguien que tome las riendas de este monstruoso animal y lo lleve por las sendas del nuevo siglo. De todas maneras, espero que el cambio de pontificado no represente la apertura de la puerta al cumplimiento de la profecía de San Malaquías en virtud de la cual Benedicto XVI sería el penúltimo Pontífice antes de la llegada de 'Pedro, el Romano', bajo cuyo pontificado se acabará el mundo.
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