Limpiar y ordenar la habitación no es tan sencillo como parece. Esta acción implica necesariamente una guerra en contra de la propia basura en la que no se sabe qué se puede encontrar.
Graduarse de una carrera como derecho es una tarea titánica. El plan de estudios no fue sencillo, pero además se tocó aprender a lidiar con un hato de vacas sagradas anquilosadas que no permitían la evolución y el buen trato en el interior de la facultad de ciencias jurídicas. Pero este es un tema que trataré en otra ocasión. Hago el antedicho preámbulo porque hoy, mientras le hacía una odiosa carpintería a mi monografía de grado, decidí que necesitaba hacer un receso mental so pena de que la tesis quedara corregida por un leñador y no por un ebanista.
¿Pero qué tarea era la indicada para ese receso? Necesitaba una que fuera fructífera pero que a la vez no implicara un proceso de pensamiento muy arduo. Hubiese podido continuar mi lectura de la última novela de J.K Rowling (The Casual Vacany) que tengo medio abandonada, o de pronto la opción podría ser echarse a ver las películas nominadas al Oscar para hacer predicciones. Pero no. Ninguna opción me era satisfactoria. Necesitaba algo que realmente vaciara mi mente, que me impidiera razonar (estoy cansado de pensar), así que me quedé petrificado en mi cuarto esperando una iluminación. Pasados unos minutos vi a mi alrededor y sentí un cabezazo similar al que sintió el matemático griego Arquímedes al hallar el teorema sobre la densidad de los cuerpos que se sumergen en agua: ¡Voy a arreglar mi habitación!
¿Pero qué tarea era la indicada para ese receso? Necesitaba una que fuera fructífera pero que a la vez no implicara un proceso de pensamiento muy arduo. Hubiese podido continuar mi lectura de la última novela de J.K Rowling (The Casual Vacany) que tengo medio abandonada, o de pronto la opción podría ser echarse a ver las películas nominadas al Oscar para hacer predicciones. Pero no. Ninguna opción me era satisfactoria. Necesitaba algo que realmente vaciara mi mente, que me impidiera razonar (estoy cansado de pensar), así que me quedé petrificado en mi cuarto esperando una iluminación. Pasados unos minutos vi a mi alrededor y sentí un cabezazo similar al que sintió el matemático griego Arquímedes al hallar el teorema sobre la densidad de los cuerpos que se sumergen en agua: ¡Voy a arreglar mi habitación!
Empezar esa actividad fue el punto determinante. Había ropa tirada por todas las esquinas (porque nunca adquirí el hábito de organizarla) y la cama estaba desecha. Se veían montañas de todas las revistas que leí en los últimos 9 meses (fecha de la última organización superficial), cuadernos y libros de toda la carrera, la maleta a medio desempacar de mi último viaje y una infinidad de fotocopias de 10 semestres de vida académica (que bien hubiesen podido costear lujosos itinerarios por Europa).
Se preguntarán, amables lectores, por qué mi pieza parecía un cenáculo de ratas y polvo. No es propiamente por mi dejadez, aunque haya gente que dice que el orden del cuarto refleja la pulcritud en el alma. En mi caso el caos se debe a que estaba muy acostumbrado a arreglar mis cosas dos veces al año, al terminar clases y entrar en vacancia. Pero hace ya 9 meses terminé materias y nunca volví a salir a vacaciones. Quedé en un limbo temporal en el cual, si bien no estaba de descanso, tampoco tenía que ir a la antipática universidad. Así, todo se fue acumulando en los rincones.
Manos a la obra. Las revistas viejas salieron (ojalá hacia de salones belleza de baja clase para que las clientas tengan alguna distracción mientras se hacen sus bucles), la cristalería sucia fue llevada al fregadero y los libros fueron puestos en los anaqueles (a propósito encontré que tengo varias publicaciones robadas que espero no devolver por el momento).
Acto seguido tocó procesar el material académico. Sentencias subrayadas con la totalidad de los colores del arco iris, artículos de vanidosos profesores que nos pusieron a leerlos a ellos mismos, programas desactualizados de casi todas las materias cursadas, los exámenes corregidos de 5 años de estudio y un par de cuadernos. Todo salió a la basura. Todo. sin misericordia ni consideración. Y me quité un yunque de encima. Ya no existe doctrina pétrea en mis dominios que me impida volar libremente; ya no existe cerca esa inmunda jurisprudencia que fue tantas veces objeto de evaluación y que aminoraba mis sueños.
A pesar de la maravillosa liberación sufrida, con el desarrollo de la limpieza fueron apareciendo documentos y fotos (incluso de mi época de alumno de colegio) que lograron deprimirme y arrebatarme la dicha. ¿Cómo es que nadie le dijo a uno lo mal que escribía en la adolescencia y lo feo que se veía en la pubertad? ¿Cómo es que uno mismo se permitía enviar cartas sentidas a personas que realmente no las merecían? ¿Cómo es que uno tenía una letra tan fea y era un pensador tan mediocre?
Al final logré mi cometido luego de unas varias horas. En el cuarto circula mejor la energía, eso se siente. Casi como si hubiese venido una de esas 'Maestras' de feng shui. Pero la dicha no fue completa. Me liberé de un peso de cinco años de una carrera tortuosa pero recordé la infinita degradación de la adolescencia. En ningún proceso de sanación puede evitarse la humillación. Así, como colofón final me permito sugerir: i) No vean sus fotos de jóvenes a menos que sea estrictamente necesario o ya estén muy viejos (se encontrarán con una imagen suya que afortunadamente ha sido sustituida y olvidada). ii) No relean los escritos que redactaron siendo jóvenes (suficiente cachetada para perder cualquier viso de autoestima). iii) Archiven, o mejor entierren, las cartas y recuerdos de momentos menos gratos, no solo para protegerse de ellos, sino para evitar el suicidio de sus redactores.
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Quiero agradecer a los lectores que, poco a poco, se unen a esta red de Desgraciados. Afortunadamente estamos teniendo una buena acogida.
Les comparto el comentario que me envía una lectora, muy estimada por mi, y que ha logrado captar el sentido de este Blog: "Debo confesar que me gusta leer al, en ocasiones pedante, 'Desgraciado Opina'. Y debo confesar que me he quedado sin el vino que necesitaba para cocinar por no poderlo comprar en horas tempranas."
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Les comparto el comentario que me envía una lectora, muy estimada por mi, y que ha logrado captar el sentido de este Blog: "Debo confesar que me gusta leer al, en ocasiones pedante, 'Desgraciado Opina'. Y debo confesar que me he quedado sin el vino que necesitaba para cocinar por no poderlo comprar en horas tempranas."
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