8 de febrero de 2013

Experiencia en el Restaurante GORDO


Experiencia en el Restaurante GORDO

Bogotá Carrera 5 No. 66 - 84 - BogotáTel.: (571) 345 5769 / 314 5517


Viernes 8 de febrero, 12:30 PM. Mi papá y yo no teníamos dónde almorzar. En mi casa, situación inusual, no había almuerzo hoy. La empleada, a punto de parir a su segundo crío, debía salir temprano a una de esas 153 ecografías que el obstetra le recomendó antes de dar a luz al vástago.

Después de mucho dilucidar y a raíz del boom de fama mediática que estalló alrededor  del restaurante - bar GORDO, pensamos que sería una buena ocasión para probarlo.

Ni mi papá ni yo, por política de vida, esperamos una mesa para comer (y les recomiendo, mis queridos lectores, que por más arribistas que sean no lo hagan), así que opté por llamar a reservar una mesa para dos. Un amable señor me respondió muy comedido que “no hacemos reservas, le recomiendo llegar temprano, entre 12:00 y 12:15 PM”. A pesar del desplante y la antipática actitud institucional de no separar lugares (actuar propio únicamente de sitios de la categoría de Crepes and Waffles), estuvimos temprano. Conseguimos una plaza al lado de la puerta y nos dispusimos a vivir la experiencia de este nuevo lugar.

Nos extendieron las cartas. La de licores, la de vinos y la de comida. Yo opté por mi tradicional cerveza Club Colombia rubia (es cierto que la cerveza Águila es mucho más digna y menos pretenciosa, no obstante y muy lastimosamente ha sido desterrada de todos los almorzaderos de clase alta) y mi padre se decidió por un coctel. Un Gin Fizz cuya descripción semántica parecía idónea: Limón, ginebra, sirope, clara de huevos y hielo. La mezcla que llegó a la mesa nos aturdió. Un vaso alto, coronado por lo que parecía ser crema de chantillí aromatizada con limón artificial y con un líquido que ni por los rincones parecía tener gota alguna de licor. Fiasco absoluto que lo instó a requerir una ginebra Gordons con hielo, tónica y bitters de Angostura. Este trago, contrario a todo pronóstico, estuvo muy bien servido. La dosis del espirituoso fue generosa, el amargo en su punto y, adicionalmente, el mesero tiene la generosa amabilidad de preguntar si se prefiere la tónica tradicional de Canada Dry o si por el contrario se quiere continuar con la doctrina fantoche de pedir la importada Fever Tree.

En este entretanto y ya parqueados en reversa, ordenamos unas papas chips con alioli y unos pretzels acompañados de mostaza a modo de picadas. Estos snacks de la barra fueron agradables (claro, la mostaza podría ser mejor) y son lo que uno debería ir a comer a GORDO. Una cerveza, un pretzel en la barra y adiós. Sin embargo, ya habíamos ordenado la escudilla principal, así que continuamos.

La pobreza de la carta me indignó. Parece una de esas alternativas culinarias para ingerir en un pub de baja categoría en Londres. Poquísima variedad y absoluta falta de identidad (pandemia actual respecto de los nuevos establecimientos gastronómicos y que no sólo se evidencia en el menú sino en el montaje). Al lado de una típica hamburguesa americana aparece una carne desmechada con pimentón. Al lado de los macarrones con queso hay unas alitas de pollo con salsa de jengibre y limón. En fin, la falta de definición del estilo del sitio es abrumadora.

Llegó el plato. Huevos con papas y tocino para mi papá, y Mac & Cheese para mi (pasta, queso gruyere, cheddar y parmesano). Empecemos por mi progenitor. Los huevos poché (que en realidad son un hibrido entre poché y sofritos) que se sitúan en el tope de una montaña de papas en cuadritos, parecían dos pelotas de tenis. Cauchudos y totalmente pasados de punto. Imposibles de reventar sobre las papas como bien se nos ha enseñado por la tradición gastronómica catalana. Los tubérculos a su vez, parecían crutones de pan viejo de lo overcooked que estaban. La conclusión: mi pobre papá con hambre.

En mi caso, aquella ensoñación de unos macarrones jugosos, gratinados, con queso derretido a borbotones quedó también en el aire. Llegó una cacerola donde se hacen huevos fritos con una porción de pasta sobre cocida, gratinada con lo que, presumo, era miga de pan (y no queso tipo parmesano) y sin el más mínimo rastro del queso fundido. Ni notas a gruyere, ni notas a cheddar ni nada. La poteca estaba seca como un estropajo y su sabor… también era el de un estropajo.

Ante este panorama no quedó más que pedir la cuenta para salir disparados a esperar a la empleada, a ver si con las contracciones pre-parto podría de todas maneras cocinar una sopita de yuca y sustancia de pollo, para aquello de poder resistir hasta la noche.

Punto a favor: los precios. Muy asequibles, eso si se está dispuesto a una experiencia que puede ser similar a las cafeterías de obreros en Inglaterra.



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