26 de febrero de 2013

¡Bruto, Gordo, Bandido! (Experiencia en el bistró EL BANDIDO)

Es tremendamente curioso observar los apelativos de los más recientes establecimientos gastronómicos en Bogotá. 'Bruto', 'Gordo', 'Buenos Muchachos', 'N.N.' y 'Bandido' son algunos de los más llamativos que inexorablemente me inducen a pensar que a los comensales capitalinos les atrae de manera profunda el hampa y la fealdad (todos están de moda).


En alguna ocasión reciente, mientras planeaba con mis amigos de la universidad a dónde iríamos en la noche del viernes a exorcizar los demonios de la semana, me sentí tremendamente rebajado en mi honra y autoestima. Organizábamos una cena vía chat. Pregunté ingenuamente que a dónde les gustaría ir a cenar con el fin de reservar una buena mesa cuando, sorpresivamente, la respuesta de mis amigas más cercanas no se compaginó con mi afabilidad. "¡Bruto!" me increpó una, "¡Gordo!" me dijo otra. Quedé impactado, mirando la pantalla del teléfono sin poder si quiera redactar un par de palabras defensivas. De repente otra de ellas saltó a insultarme como nunca antes "No, Gordo no, ¡Gordo Asqueroso! me parece ¡Bandido!"

¿Bruto? ¿Gordo? ¿Bandido? Pensé estupefacto que algo no andaba bien. ¿Que pudo haber pasado? ¿Por qué pasé de ser el camarada adorable y generoso a ser un idiota, cebado, rechoncho y malhechor? Concluí que seguramente existía por ahí un doble mío adicto a la grasa, escaso de mente y medio homicida, pero la historia me era inverosímil. Analicé entonces que de pronto en alguno de mis sonambulismos etílicos pude haberme comportado como un imbécil y como un forajido, sin embargo lo de Bruto no encajaba correctamente dentro de mi descripción comportamental. La obesidad se arregla  y la delincuencia se corrige a punta de castigo, pero el cretinismo, que es inherente al ser y no se cura nunca por más ejercicio mental que se realice, jamás me ha caracterizado. 

Sin entender, y con mucho miedo, atiné a enviar unas líneas explicando mi dolor, pidiendo perdón por existir y retirándome para siempre de la comunidad. En el acto todos en el grupo se mofaron de mi e iniciaron una cadena de insultos reales: ¡estúpido, ignorante, pusilánime, son nombres de restaurantes! Y fue justo en ese momento cuando todo tuvo sentido.


No pudimos ponernos de acuerdo para ese viernes así que optamos por juntarnos para el almuerzo del sábado. Dos de la tarde en el restaurante El Bandido. Uno de los que nos acompañaba ya había ido un par de veces y sus referencias eran sobresalientes. Tuvimos una mesa ideal, entrando a mano izquierda. El ambiente no puede ser mejor. Es una taberna afrancesada (como alguno de sus propietarios la denomina en ocasiones), decorada con un gusto sencillo y coherente con la época que se quiere recrear (décadas de los veintes y treintas), con una música de géneros antiguos totalmente vigente para el Bistró y sin mayor pretensión salvo la de los visitantes regulares de los viernes. Cada detalle está cuidadosamente pensado (platos ingleses, cuadros, telas, texturas, mobiliario, adornos y actitud), lo que gesta para el sitio una identidad indudable que se proyecta con fuerza y a futuro. 

La atmósfera ese día nos incitaba a la beodez. Había mucho sol y por lo mismo bellas sombras  proyectadas en las paredes y el suelo, la temperatura era idónea. La oferta de espirituosos es, como ahora en todos los buenos restaurantes de Bogotá, muy variada. Impresiona la cantidad de whiskys, pero sobre todo de ginebras, todas expuestas en estanterías a lo largo del establecimiento y en la bella barra que invita siempre a un trago. 

Ordenamos unas Citadelle con tónica, ginebra proveniente de Francia muy poco aromática y con mucha presencia de etanol, magníficamente servida en una copa estilizada y generosa. De entrantes para compartir solicitamos un pulpo grillado, un chorizo artesanal sobre cama de puré de papas y unos mejillones especialidad de la casa. El octópodo estaba muy sabroso, cocinado en su punto, servido con unas papas criollas rotas, julianas de tomate y laminitas de cebolla roja que le dan un toque de fuerza. El chorizo artesanal, que más parece un híbrido entre un chorizo y una longaniza, estaba bien de sabor aunque de textura un poco seco y con más puré de papas del que uno quisiera. Las moules, por su parte, son indescriptibles. Bellamente servidas en una ollita blanca de peltre con una receta única de jugos en los que se cocinan. 

De plato principal, gran acierto, pedimos un cochinillo cuya porción alcanza para tres o cuatro personas (atención, sólo hay los sábados al almuerzo). Estaba cocinado a la perfección. Jugoso, tierno, servido de manera correcta con una pezuñita que saluda al comensal apenas la escudilla aterriza en la tabla y con una abundante ensalada de hojas verdes, tomates y una suave vinagreta. 

Luego de tantos manjares mi recomendación es que se obvie el postre. Aunque si se quiere abusar, sugiero los profiteroles (que aunque muy grandes, serán engullidos en su totalidad por su exquisitez y sofisticación).

Dos puntos finales para destacar: (i) Ir el sábado a la hora del almuerzo es una bendición porque se evita uno el zoológico propio de los viernes y de los sábados por la noche donde imperan los lobos, zorras, perras, gatas y cerdos que andan sueltos por ahí. (ii) El servicio es impecable. Los meseros, todos hombres, están permanentemente atentos sin ser invasivos en las decisiones del cliente; son simpáticos y amables, sugieren pertinentemente pero no obligan a nada y reconocen a los antiguos consumidores y los saludan con legítimo afecto. Y por si faltara, todos están agradablemente uniformados como una pandilla de maleantes que recién se empieza a organizar a principios del siglo XX (vaqueros, camisa blanca, tirantas y gorra negras) lo que otorga un punto sutil de jocosidad que cierra a la perfección el ciclo de un restaurante bien puesto. 

*      *      *

Recomiendo a ojo cerrado este performance del anfitrión de los Oscar's hace un par de noches
http://www.youtube.com/watch?v=7TWLKP8j0zk

We Saw Your Boobs, no sólo por su creatividad y genio, sino porque nos deja una lista de peliculas invaluables para la posteridad.  

20 de febrero de 2013

Arribismo Culinario

Pocas cosas son tan verdaderamente arribistas en la actualidad como la comida peruana. ¿De cuándo acá una gastronomía tan eminentemente indígena tiene ínfulas de tanta grandeza?  


Se le ha denominado la representante de la culinaria latina en el mundo, la mezcla perfecta y equilibrada de sabores, o la única comida suramericana verdaderamente sofisticada. A ver, nada de eso es, no nos pongamos hiperbólicos. Los peruanos comen rico, es cierto, pero no exclusivamente de su comida vernácula (sobre todo en Lima se consiguen exquisitas preparaciones extranjeras que logran dar un confuso mensaje de excelencia). 

La realidad sobre la cocina autóctona del Perú es que los platillos se derivan de una fusión interesante de los potajes precolombinos de antes del descubrimiento, de la culinaria española y de los conocimientos africanos traídos por los esclavos. En este escenario ¿Qué diferencia hay entonces entre la cocina peruana y la colombiana, venezolana, ecuatoriana, o boliviana? Pues que la primera se ha sabido exportar magnificamente al mundo y que las otras, bien acomplejadas y provincianas, no fueron capaces de salir a conquistar nuevos paladares aunque sean igual de sabrosas.

Los peruanos han colonizado culinariamente diversidad de naciones, no propiamente por su exquisitez en términos de sabores, su calidad en materia de ingredientes, o su excesiva innovación en lo referente a las técnicas. Lo que los ha hecho internacionales es haber tenido la capacidad de adaptarse a un mundo pretencioso. Los platos siempre son bien presentados (les fascina el emplatado en torre, propio de la loba cocina de vanguardia), se componen de preparaciones carismáticas y afamadas como los ceviches y los tiraditos (que además de gustar mucho difícilmente pueden salir mal), y se comercializan en caros restaurantes que han sido montados con el exclusivo objetivo de atraer a las gentes que buscan estatus, clase y reconocimiento social. Y el que no me crea que vaya al restaurante peruano de moda, a ver si lo que digo es mentira.

Por si la historia no fuese suficientemente dramática, la mentalidad culinario-peruana ha terminado por calar fuertemente en infinidad de anfitriones que, al creer que están dando ambrosía, proceden a ofrecer a sus comensales típicas causas insípidas, plebes anticuchos (que no son otra cosa que pinchos), un mal lomo saltado y un dudoso suspiro limeño de postre. Hay cocineros que logran un buen resultado de aquello, pero no por tratarse de comida del Perú sino porque tienen gran habilidad en la cocina. 

Escribo todo lo anterior porque el sábado pasado fui a La Despensa, un restaurante de linaje peruano en Bogotá, propiedad del conocidísimo chef Rafael Osterling. Él describe su filosofía alimenticia como aquella en que "se funden la libertad de olores, sabores y sensaciones" adquiridos "del conocimiento de la cocina francesa y del saber innato de lo peruano" (¿alguien se atrevería a decir que eso no es saber venderse espectacularmente?)

En términos generales, a mi y a mi madre nos fue muy bien en el comedero. Pedimos¡s un exquisito Bouillon de mero, langostinos, vino blanco y azafrán que por poco logra comprar y adoctrinar a mis papilas. A mi padre y a mi amiga, por el contrario, les fue muy regular con su opción de costillar de chancho y de raviolis. Al primero le llegaron unos huesos sobrecocinados con una salsa pegachenta protagonizada por unos tristes tomates cherrys descoloridos. A la segunda le tocaron miserables seis raviolis, que aunque de buen sabor, eran solamente tres pares. 

El servicio, por lo demás, deja mucho que desear. No obstante lo anterior y para ser completamente justo (cualidad que me caracteriza) he de destacar que pisco sour estaba delicioso. Claro, no puede ser de otra manera pues cuesta una fortuna. Estaba en su punto de jarabe de goma, con la cantidad justa de clara de huevo, de limón y por fortuna, con bastante pisco. Si algún día aterrizan en este lugar no dejen de probar esta fabulosa mezcla. Matizará cualquier desasón que haya con respecto de los platos. 

***

Para concluir, y a propósito del pisco, es momento de señalarlo como el máximo exponente del arribismo de la cultura gastronómica del Perú. No es más que un aguardiente de uvas y nos lo muestran como el gran espirituoso, refinadamente embotellado y cosmopolita. No es tal. Es una bebida que, pura, no podría atraer a nadie. Por lo mismo, se optó por prepararlo en un maravilloso cóctel que celebra su día el primer sábado de febrero.

Para iniciar nuestra internacionalización gourmet, me permito proponer en este escrito un guaro sour, a ver si dentro de poco nuestra propia gasolina alcoholica adquiere renombre mundial:


3 onzas de aguardiente sin azucar
1.5 onzas de jugo de limón
3/4 de onza de jarabe de goma, de azucar o en su defecto 1 o 1.5 onzas de azucar 
2 cucharadas de clara de huevo batida a punto de nieve
1.5 tazas de hielo picado

Licuar todos los ingredientes y servir en un vaso ancho. Decorar con 2 gotas de amargo de angostura.


* * *

Nuestro recién inaugurado Blog ha tenido su primer comentario en línea. Ha sido anónimo y dice lo siguiente: "Querido Desgraciado: Tiene toda la razón. Hacer del cuerpo regularmente, como dicen los campesinos, es una necesidad fisiológica que no apreciamos lo suficiente hasta que se nos altera de alguna forma."

Agradezco al humilde lector sus apreciativas palabras, no solo por reconocer esta verdad que hemos evidenciado, sino por tomarse la tarea de motivar al autor. Bien por él y por su bienfamado sistema excretor!

18 de febrero de 2013

Los Placeres de la Fisiología Humana

Por la coyuntura actual me ha tocado, a la fuerza, analizar y filosofar acerca de ciertos regalos que nos regala nuestra biología animal que hasta ahora no habían ocupado un lugar en mi raciocinio. 


Cómo es de agradable ir directo al baño luego de una noche de descanso a readquirir la paz interior mediante la expulsión de lo que, a pesar de estar corporalmente adentro, no se considera como nuestro. Me refiero a aquellas materias indeseadas y despreciadas que la misma biología destierra desde la profundidad de nuestro ser. Dicha acción, empero ser fuente de un placer infinito, no es reconocida por nadie como tal. Se ha preferido denominar despectivamente como una "necesidad fisiológica" (aun cuando dentro de esta misma categoría también se pueda incluir el dormir o el comer) y aunque es innegable que esa es claramente su connotación, es mi deber como ciudadano del mundo destacar que  la conducción de la suciedad hacia el afuera, reviste al ser humano de sensaciones de bienestar y plenitud que difícilmente se conseguirían por otra vía. Debo confesar que yo fui de aquellos a los que la excreción les parecía rutinaria, monótona e incluso trivial. Pero justamente hoy, mientras escribo estas escatológicas líneas, descubrí lo contrario.

En enero de este año, hace aproximadamente un mes, todos los que residimos en mi casa viajamos lejos a descansar del agobio de esta ciudad gobernada por la basura y el hampa y así, nuestra morada quedó vacante por algo más de 2 semanas. Cuando ya casi se cumplía nuestro tiempo de descanso, un tubo del apartamento superior al nuestro estalló gestando aquí abajo una tormenta perfecta, con rayos y centellas inclusive. Estoy seguro que los vecinos propiciaron todo con las mejores intenciones para darnos una buena bienvenida (pues son tan generosos y afables que, sin duda, decidieron lavarnos las paredes, el techo, los tapetes y el piso de madera por su cuenta), sin embargo, el altruismo esta vez no les salió muy bien. Mi abuela, la única persona externa con llaves de la puerta de entrada, tuvo que venir corriendo (si, corriendo) con sus casi ochenta años a solucionar el conflicto porque el agua, que ya se colaba por el quicio de la puerta, amenazaba con convertirse en una cascada por las escaleras que dan a la recepción. Ella, con ayuda del portero, de un niño de un par de pisos más arriba, y de su ayudante doméstica (de casi 70 años), se pusieron trapero en mano a secar los listones del suelo.

Al regresar los moradores encontramos un pantano. El panorama era desolador y daba grima: un tapete blanco de lana virgen de oveja, que además de recibir la mayor parte de la descarga, estaba putrefacto y olía a cadáver, las paredes parecían regias obras de arte moderno con manchas irregulares y la pintura en tercera dimensión, y por supuesto, el hasta entonces impecable piso de madera, quedó tan levantado como las lozas del Transmilenio.

Reconozco que nos sufragaron las erogaciones económicas, pero mi desgaste moral ha sido inhumano. Arreglar el suelo ha implicado varios días de cambio de tablas, pulimento, y hoy justamente, de lacado. Este procedimiento requiere que los tablones no sean pisados en por lo menos en 6 o 7 horas, situación que ha dejado inutilizados 3 baños desde el amanecer. Siendo casi la una de la tarde, aún no he podido acudir al mingitorio a hacer el menester, y es justamente por esta razón que recapacito y rememoro las delicias y virtudes de sentarse en aquella porcelana blanca a reflexionar un par de minutos antes de iniciar la jornada. Bienaventurados ustedes, lectores, que han recuperado su espacio de almacenamiento interno desde las horas del alba.

He tenido diversos planes de acción. Desde ir al centro comercial más cercano en busca de una taza hasta coger el carro e irme a la finca para poder tener una higiénica privacidad, pasando incluso por la opción utilizar el baño del servicio (único que está habilitado por estar lejos del área de trabajos). Esta última de las alternativas se descartó de forma inmediata en razón a que el espacio en comento es el santuario de una mujer preñada que está próxima a romper su fuente. Ejecutar cualquiera de los otros planes necesariamente implicaba salir sin bañarme, con el pelo creciendo en contra de la fuerza de la gravedad y con la piel brillante. Así que no me quedó otra que filosofar sobre la deyección. Y desde mi lecho de intoxicación les ruego a todos: luchen por conservar esa capacidad de expulsión tan intacta y tan regular como puedan, pues además de placentera, es restaurativa de la armonía del cuerpo.

Podría seguir infinidad de párrafos plasmando mis divergentes razonamientos fecales e indecentes; el tema es inagotable, pero creo que ya ha sido suficiente. Me resta únicamente pedir perdón por mis raciocinios a todos aquellos que, con seguridad, se escandalizan. A esas personas les pido disculpas en este mismo instante, de rodillas si fuere necesario, y les ruego encarecidamente que no dejen de leerme. Este humilde redactor les reconoce su naturaleza sobrenatural y única de no tener la necesidad de ir al baño, y por lo mismo, acepta que lo consideren inmoral y descarado. A los que como yo, tenemos un sistema excretor activo, les solicito que vean este artículo como la visibilización de los pequeños regalos y placeres de la fisiología humana.




15 de febrero de 2013

Guerra Tecnológico-Familiar

Nunca antes había sido tan clara la guerra de marcas de los Smart Phones hasta que mi papá decidió que toda nuestra familia debía migrar a la "tecnología iPhone"


Quien viera a mi papá por unos pocos minutos jamás pensaría que él, un hombre de unos cincuenta y tantos años, es el motor de evolución tecnológica de mi núcleo familiar cercano. En efecto, él es adicto a los últimos aparatos electrónicos, y por lo mismo, nos ha movido a todos a su alrededor a estar a la vanguardia. Cuando nadie tenía teléfonos móviles él tuvo uno de esos cuyo uso fue considerado el mejor ejercicio para los biceps por su tamaño y peso.  Fue de los primeros en dar el paso de los desktop a los laptop cuando estos aún no estaban de moda. Avanzó a la par que Microsoft en los sistemas operativos, se aventuró al mundo Blackberry justo en el momento de su auge, abrió cuenta en Twitter (y maneja su jerga mejor que cualquier jovenzuelo) y por supuesto, se decidió a dar el dificil y exigente paso hacia el universo Apple. 

Mi mamá por el contrario, es una de esas señoras jovenes y bien puestas a las que, por pura y física pereza, les cuesta trabajo el cambio en esta materia. Para ella fue un Apocalipsis cambiar el procesador de textos (adoraba a su fiel Word Perfect y no recibió de buen agrado al indestronable rey del mundo Microsoft Office). Fue fiel fanática de los Windows 95 y 98 por lo que casi no resiste el tránsito a XP. Sus computadores quedan obsoletos en menos de nada y por supuesto fue la última de nosotros en incursionar en el Blackberry (cosa que hizo no propiamente por su decisión sino porque su esposo le heredó un aparato viejo). No obstante, a pesar de la dificultad, ella logra adaptarse a los desarrollos. Con su teléfono, por ejemplo, fraguó una amistad inesperada. Aprendió a usar el Blackberry Messenger y supo prontamente manejar bastante bien el grupo de chat familiar.

En este escenario contradictorio se desató, hace no mucho, la más reciente tormenta. Mi padre decidió que toda nuestra familia debía "migrar a la tecnología iPhone". Claro, su decisión además de generosa tiene algo de utilitaria pues él ha adquirido toda la gama de adminículos diseñados por Steven Jobs: 2 iPods (porque uno no es suficiente), iPad, iMac y ahora el teléfono. 

Su inteligente campaña se inició al gestar una alianza conmigo y así hemos conformado dos bandos en pugna: los que queremos la migración a la manzana mordida tan pronto como sea posible, en contra de las que se resisten a la evolución: mi hermana y mi madre. 

La guerra fratricida se ha librado en diversos campos de batalla. El principal ha sido la mesa del comedor donde tanto al almuerzo como en la cena los dardos vuelan inmisericordes en contra de quien propugna un pensamiento opuesto. Los ataques de mi madre se dirigen en contra del Whatsapp y a cada momento señala lo desunidos que estaremos al perder el messenger; arguye la señora que se siente traicionada y  abandonada y que no hay derecho a nuestro repentino cambio de mente.  Mi papá, por su lado, hace manifiesta su intención de patrocinar mi transición definitiva al iPhone pero es mi madre quien, al ser titular de mi cuenta de Comcel, debe autorizar burocráticamente mi cambio, y aunque está dispuesta a hacerlo, no deja de mostrar desaprobación en su mirada. 

Así las cosas, el panorama se ve más oscuro que nunca y parece que el cisma ya es inevitable. El enfrentamiento no solo se refiere a tecnología, sino a sexos y jerarquías. Seremos dos contra dos, hombres contra mujeres, iPhones contra Blackberrys. Research in Motion vs. Apple aplicado a la vida familiar de un hogar que hasta entonces había logrado una pacífica armonía en términos celulares. Por lo pronto debo irme al almuerzo donde espero librar una de las últimas peleas. Haré manifiesta mi intención irrevocable de transitar hacia el teléfono de Mac. Veremos cómo contraatacarán las féminas. 

12 de febrero de 2013

Limpieza del Cuarto: Una Contienda a Muerte

Limpiar y ordenar la habitación no es tan sencillo como parece. Esta acción implica necesariamente una guerra en contra de la propia basura en la que no se sabe qué se puede encontrar.


Graduarse de una carrera como derecho es una tarea titánica. El plan de estudios no fue sencillo, pero además se tocó aprender a lidiar con un hato de vacas sagradas anquilosadas que no permitían la evolución y el buen trato en el interior de la facultad de ciencias jurídicas. Pero este es un tema que trataré en otra ocasión. Hago el antedicho preámbulo porque hoy, mientras le hacía una odiosa carpintería a mi monografía de grado, decidí que necesitaba hacer un receso mental so pena de que la tesis quedara corregida por un leñador y no por un ebanista. 

¿Pero qué tarea era la indicada para ese receso? Necesitaba una que fuera fructífera pero que a la vez no implicara un proceso de pensamiento muy arduo. Hubiese podido continuar mi lectura de la última novela de J.K Rowling (The Casual Vacany) que tengo medio abandonada, o de pronto la opción podría ser echarse a ver las películas nominadas al Oscar para hacer predicciones. Pero no. Ninguna opción me era satisfactoria. Necesitaba algo que realmente vaciara mi mente, que me impidiera razonar (estoy cansado de pensar), así que me quedé petrificado en mi cuarto esperando una iluminación. Pasados unos minutos vi a mi alrededor y sentí un cabezazo similar al que sintió el matemático griego Arquímedes al hallar el teorema sobre la densidad de los cuerpos que se sumergen en agua:  ¡Voy a arreglar mi habitación! 

Empezar esa actividad fue el punto determinante. Había ropa tirada por todas las esquinas (porque nunca adquirí el hábito de organizarla) y la cama estaba desecha. Se veían montañas de todas las revistas que leí en los últimos 9 meses (fecha de la última organización superficial), cuadernos y libros de toda la carrera, la maleta a medio desempacar de mi último viaje y una infinidad de fotocopias de 10 semestres de vida académica (que bien hubiesen podido costear lujosos itinerarios por Europa). 

Se preguntarán, amables lectores, por qué mi pieza parecía un cenáculo de ratas y polvo. No es propiamente por mi dejadez, aunque haya gente que dice que el orden del cuarto refleja la pulcritud en el alma. En mi caso el caos se debe a que estaba muy acostumbrado a arreglar mis cosas dos veces al año, al terminar clases y entrar en vacancia. Pero hace ya 9 meses terminé materias y nunca volví a salir a vacaciones. Quedé en un limbo temporal en el cual, si bien no estaba de descanso, tampoco tenía que ir a la antipática universidad. Así, todo se fue acumulando en los rincones. 

Manos a la obra. Las revistas viejas salieron (ojalá hacia de salones belleza de baja clase para que las clientas tengan alguna distracción mientras se hacen sus bucles), la cristalería sucia fue llevada al fregadero y los libros fueron puestos en los anaqueles (a propósito encontré que tengo varias publicaciones robadas que espero no devolver por el momento). 

Acto seguido tocó procesar el material académico. Sentencias subrayadas con la totalidad de los colores del arco iris, artículos de vanidosos profesores que nos pusieron a leerlos a ellos mismos, programas desactualizados de casi todas las materias cursadas, los exámenes corregidos de 5 años de estudio y un par de cuadernos. Todo salió a la basura. Todo. sin misericordia ni consideración. Y me quité un yunque de encima. Ya no existe doctrina pétrea en mis dominios que me impida volar libremente; ya no existe cerca esa inmunda jurisprudencia que fue tantas veces objeto de evaluación y que aminoraba mis sueños. 

A pesar de la maravillosa liberación sufrida, con el desarrollo de la limpieza fueron apareciendo documentos y fotos (incluso de mi época de alumno de colegio) que lograron deprimirme y arrebatarme la dicha. ¿Cómo es que nadie le dijo a uno lo mal que escribía en la adolescencia y lo feo que se veía en la pubertad? ¿Cómo es que uno mismo se permitía enviar cartas sentidas a personas que realmente no las merecían? ¿Cómo es que uno tenía una letra tan fea y era un pensador tan mediocre? 

Al final logré mi cometido luego de unas varias horas. En el cuarto circula mejor la energía, eso se siente. Casi como si hubiese venido una de esas 'Maestras' de feng shui. Pero la dicha no fue completa. Me liberé de un peso de cinco años de una carrera tortuosa pero recordé la infinita degradación de la adolescencia. En ningún proceso de sanación puede evitarse la humillación. Así, como colofón final me permito sugerir: i) No vean sus fotos de jóvenes a menos que sea estrictamente necesario o ya estén muy viejos (se encontrarán con una imagen suya que afortunadamente ha sido sustituida y olvidada). ii) No relean los escritos que redactaron siendo jóvenes (suficiente cachetada para perder cualquier viso de autoestima). iii) Archiven, o mejor entierren, las cartas y recuerdos de momentos menos gratos, no solo para protegerse de ellos, sino para evitar el suicidio de sus redactores.

                                                   *                                 *                                  *

Quiero agradecer a los lectores que, poco a poco, se unen a esta red de Desgraciados. Afortunadamente estamos teniendo una buena acogida. 

Les comparto el comentario que me envía una lectora, muy estimada por mi, y que ha logrado captar el sentido de este Blog: "Debo confesar que me gusta leer al, en ocasiones pedante, 'Desgraciado Opina'.  Y debo confesar que me he quedado sin el vino que necesitaba para cocinar por no poderlo comprar en horas tempranas." 

   

11 de febrero de 2013

El Pastor Alemán se baja del trono de San Pedro

Admiro a Joseph Ratzinger porque siempre ha hecho lo que le viene en gana.

Estoy seguro de que esta entrada será la más impopular de todas las que hasta ahora he redactado. Voy a defender al Papa. Si no les gusta, creo que pueden dejar de leer en este mismo instante (en todo caso por favor vuelvan luego. Seguramente habrá nuevas opiniones menos incendiarias).


Josheph Aloisious Ratzinger siempre se ha caracterizado por ser una figura diferente dentro de la Iglesia Católica. Desde que se ordenó sacerdote junto a su hermano Georg en 1951, ha manejado un estilo único y muy propio. Y es, además, una de las personas más interesantes del mundo. 


Cuando era seminarista, Ratzinger participó durante más de un año, dicen que por obligación del régimen, en las en las Juventudes Hitlerianas como ayudante de la artillería antiaérea, pero no es hasta el Concilio Vaticano II que empieza a ser conocido por su activa participación ultraconservadora en la Iglesia. Pasados los años, el 24 de marzo de 1977 Ratzinger fue consagrado arzobispo de Múnich y el 27 de junio, Pablo VI lo nombró cardenal.

En 1981 fue convocado por Juan Pablo II para encabezar la Congrecación para la Doctrina de la Fe, cargo que generó su imagen de máximo inquisidor de la modernidad. Luego, en 2002, fue nombrado decano del Colegio Cardenalicio, título que lo facultó para presidir el entierro de su predecesor en el trono de Pedro y que lo acercó inexorablemente a ser nombrado Vicario de Cristo el 19 de abril de 2005.

Es innegable que Benedicto XVI es una de las personas más atractivas hoy vivas. Sirvió en las fuerzas Nazis mientras estudiaba para ser sacerdote. Su pensamiento ultraconservador permeó la doctrina católica al participar activamente en el Concilio Vaticano II (donde además, fraguó profundas enemistades), fue prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (también conocida como Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición) donde luchó incansablemente por la ortodoxia Católica, y hoy es el Papa número 265 de la Iglesia. 

Pero además, Joseph Ratzinger habla diez idiomas de los que domina por lo menos seis: alemán, italiano, francés, latín, inglés y español; lee griego antiguo y hebreo. Es miembro de diversas sociedades científicas de Europa y ha recibido ocho doctorados honoris causa. Como si le faltara, es además ciudadano honorífico de varias comunidades en Alemania, es un magnifico pianista, admira la música de Mozart, es uno de los 100 personajes más influyentes del planeta según la revista Time en 2005 y ha escrito innumerables obras que recogen su pensamiento (al menos 6 grandes tratados cuando era cardenal, 3 encíclicas, 4 Exhortaciones Apostólicas, 6 Motu Proprio y 3 libros sobre la vida de Cristo).

En todo caso su talante académico no es, a mi juicio, su viso más impactante (la académia profunda me desespera y, si bien es un elemento de admiración, yo me voy más por la superficie). Desde que fue ungido como Pontífice, el Papa no tuvo inconveniente en ponerse a la moda. Recuerdo la impecable colección de zapatos y sombreros que siempre lució en público, el iPad y el iPod que fueron configurados especialmente para él, el agua de colonia que mandó a preparar únicamente para su uso privado, la apertura de su cuenta oficial en Twitter, la cantidad de salchichas que importó de su natal Alemania (acompañadas siempre de su bebida preferida: jugo de naranja) y, por si fuera poco, además de haber escogido un nombre pontificio impopular (del que explicó alguna vez «He querido llamarme Benedicto para relacionarme idealmente al venerado pontífice Benedicto XV, que guió a la Iglesia en un periodo atormentado por el primer conflicto mundial»), ahora renuncia a su puesto para irse a encerrar en una abadía de clausura a escribir libros. En más de 600 años un Papa no había dimitido.

Va a dejar un vacío grande, pues su figura, tan poco comprendida en el mundo, me logró llegar profundamente. Joseph Ratzinger siempre ha hecho lo que le ha venido en gana sustentado en razones y  convicciones. Y cómo me gustan las personas así. Que defienden sus posturas utilizando todas las herramientas con las que cuentan (aunque respecto de Benedicto XVI no comparta prácticamente ninguna de ellas en temas como el control de la natalidad y el diálogo interreligioso, la eutanasia, los homosexuales y el aborto). Este Papa siempre generó una opinión. Positiva o negativa, cada ser que haya tenido contacto con él tiene un concepto. Algunos (los más), hablan de su falta de carisma. Yo hablaría de que tiene un carisma tan extraño que muy pocos lo entendemos.

Quedo nostálgico por su partida. Pero espero con ansias que el Colegio Cardenalicio sepa elegir a alguien que tome las riendas de este monstruoso animal y lo lleve por las sendas del nuevo siglo.  De todas maneras, espero que el cambio de pontificado no represente la apertura de la puerta al cumplimiento de la profecía de San Malaquías en virtud de la cual Benedicto XVI sería el penúltimo Pontífice antes de la llegada de 'Pedro, el Romano', bajo cuyo pontificado se acabará el mundo. 



9 de febrero de 2013

Represión en Bogotá


El Decreto 345 de 2002 establece un horario arbitrario, inconstitucional e inconcebible de funcionamiento de establecimientos para el expendio y consumo de bebidas alcohólicas en el Distrito Capital.
  
No hay derecho que en Bogotá no se pueda comprar ni consumir licor entre las 3:00 y 10:00 de la mañana.  El Decreto distrital 345 de 2002, sancionado por el profesor Mockus, expresamente señala en su artículo primero que se prohíbe "... la venta y/o consumo de bebidas alcohólicas en todo tipo de establecimientos entre las tres (3:00 a.m.) y las diez de la mañana (10:00 a.m.)". 

Me pregunto qué pensará la alcaldía para, de forma tan arbitraria, impedir mi libre desarrollo personal. ¿Acaso la gente a partir de las diez de la mañana ya no es alcohólica pero antes si lo es? ¿No es cierto acaso que quien quiera beber entre la hora prohibida lo hace de sus reservas de espirituosos ? 

Que norma tan imbécil. Para justificar mi postura, procedí a leer los considerandos del cuerpo normativo y me encontré con el siguiente sustento estadístico, uno tan impresionantemente sólido, profundo, inequívoco y determinante que quedé atónito: "... EL ALCALDE MAYOR DE BOGOTÁ D. C. En uso de sus atribuciones Constitucionales y legales, en especial las conferidas por el artículo 35 del Decreto Ley 1421 de 1993 y el artículo 111 del Código Nacional de Policía y; CONSIDERANDO (...) Que de acuerdo con las estadísticas del Instituto Nacional de Medicina Legal expedidas en enero del año en curso, durante el período comprendido entre los años 1995 y 2001 la tasa de homicidios ha tenido una reducción del 40.72% y los accidentes de tránsito del 40.09%, lo que significa que la ciudadanía ha adquirido mayor conciencia y compromiso por el respeto de la vida y la integridad personal (...)". 

No sé si es producto de mi incapacidad de comprender, pero realmente no encuentro ningún vínculo entre la prohibición y la reducción de homicidios y accidentes. ¿Será que entre las 3 y las 10 nadie apuñala, nadie se estrella, nadie dispara, nadie vomita en las calles o nadie es atropellado? No es posible deducir una causalidad inequívoca entre el no consumo y venta de licor y la disminución de homicidios y accidentes. Argüir eso sería tan cretino como afirmar que los domingos, por haber ciclo vía, la gente pelea menos porque las endorfinas producto del ejercicio producen buen ánimo. 

O puede ser que en la madrugada es bueno estar sobrios para sentarse en la cama, a oscuras, con el fin de reflexionar acerca del "respeto de la vida y la integridad personal". O seguramente puede ser que en ese lapso la sobriedad y la abstención son los mejores consejeros para las penas del alma. Quién sabe. 

Hoy, Sábado 9 de Febrero de 2013, a eso las 9:30 me acerqué a un supermercado en la carrera 5 con calle 73 porque necesitaba obsesivamente unas cervezas. Y no propiamente porque esté alcoholizado (aún), o porque tuviera un guayabo mortal de esos que sólo se curan con unas polas micheladas. No. Necesitaba unas cervezas porque requería llevar un regalo a una persona que generosamente me invitó a su casa a darme una asesoría académica. No pensé en un mejor obsequio para un sábado en la mañana que unas ricas y frías cervezas, pero no me las vendieron. Me tocó llegar con un triste y despreciado ponqué. Nadie quiere una torta de chocolate un sábado en la mañana. La gente quiere cerveza. O ginebra. O margaritas. Pero en esta ciudad represiva e ignorante no se puede. Toca contentarse con jugo de tomate de árbol mientras llega la hora en que el distrito considera que podemos ser unos borrachos aceptables.

¡Salud!

8 de febrero de 2013

Experiencia en el Restaurante GORDO


Experiencia en el Restaurante GORDO

Bogotá Carrera 5 No. 66 - 84 - BogotáTel.: (571) 345 5769 / 314 5517


Viernes 8 de febrero, 12:30 PM. Mi papá y yo no teníamos dónde almorzar. En mi casa, situación inusual, no había almuerzo hoy. La empleada, a punto de parir a su segundo crío, debía salir temprano a una de esas 153 ecografías que el obstetra le recomendó antes de dar a luz al vástago.

Después de mucho dilucidar y a raíz del boom de fama mediática que estalló alrededor  del restaurante - bar GORDO, pensamos que sería una buena ocasión para probarlo.

Ni mi papá ni yo, por política de vida, esperamos una mesa para comer (y les recomiendo, mis queridos lectores, que por más arribistas que sean no lo hagan), así que opté por llamar a reservar una mesa para dos. Un amable señor me respondió muy comedido que “no hacemos reservas, le recomiendo llegar temprano, entre 12:00 y 12:15 PM”. A pesar del desplante y la antipática actitud institucional de no separar lugares (actuar propio únicamente de sitios de la categoría de Crepes and Waffles), estuvimos temprano. Conseguimos una plaza al lado de la puerta y nos dispusimos a vivir la experiencia de este nuevo lugar.

Nos extendieron las cartas. La de licores, la de vinos y la de comida. Yo opté por mi tradicional cerveza Club Colombia rubia (es cierto que la cerveza Águila es mucho más digna y menos pretenciosa, no obstante y muy lastimosamente ha sido desterrada de todos los almorzaderos de clase alta) y mi padre se decidió por un coctel. Un Gin Fizz cuya descripción semántica parecía idónea: Limón, ginebra, sirope, clara de huevos y hielo. La mezcla que llegó a la mesa nos aturdió. Un vaso alto, coronado por lo que parecía ser crema de chantillí aromatizada con limón artificial y con un líquido que ni por los rincones parecía tener gota alguna de licor. Fiasco absoluto que lo instó a requerir una ginebra Gordons con hielo, tónica y bitters de Angostura. Este trago, contrario a todo pronóstico, estuvo muy bien servido. La dosis del espirituoso fue generosa, el amargo en su punto y, adicionalmente, el mesero tiene la generosa amabilidad de preguntar si se prefiere la tónica tradicional de Canada Dry o si por el contrario se quiere continuar con la doctrina fantoche de pedir la importada Fever Tree.

En este entretanto y ya parqueados en reversa, ordenamos unas papas chips con alioli y unos pretzels acompañados de mostaza a modo de picadas. Estos snacks de la barra fueron agradables (claro, la mostaza podría ser mejor) y son lo que uno debería ir a comer a GORDO. Una cerveza, un pretzel en la barra y adiós. Sin embargo, ya habíamos ordenado la escudilla principal, así que continuamos.

La pobreza de la carta me indignó. Parece una de esas alternativas culinarias para ingerir en un pub de baja categoría en Londres. Poquísima variedad y absoluta falta de identidad (pandemia actual respecto de los nuevos establecimientos gastronómicos y que no sólo se evidencia en el menú sino en el montaje). Al lado de una típica hamburguesa americana aparece una carne desmechada con pimentón. Al lado de los macarrones con queso hay unas alitas de pollo con salsa de jengibre y limón. En fin, la falta de definición del estilo del sitio es abrumadora.

Llegó el plato. Huevos con papas y tocino para mi papá, y Mac & Cheese para mi (pasta, queso gruyere, cheddar y parmesano). Empecemos por mi progenitor. Los huevos poché (que en realidad son un hibrido entre poché y sofritos) que se sitúan en el tope de una montaña de papas en cuadritos, parecían dos pelotas de tenis. Cauchudos y totalmente pasados de punto. Imposibles de reventar sobre las papas como bien se nos ha enseñado por la tradición gastronómica catalana. Los tubérculos a su vez, parecían crutones de pan viejo de lo overcooked que estaban. La conclusión: mi pobre papá con hambre.

En mi caso, aquella ensoñación de unos macarrones jugosos, gratinados, con queso derretido a borbotones quedó también en el aire. Llegó una cacerola donde se hacen huevos fritos con una porción de pasta sobre cocida, gratinada con lo que, presumo, era miga de pan (y no queso tipo parmesano) y sin el más mínimo rastro del queso fundido. Ni notas a gruyere, ni notas a cheddar ni nada. La poteca estaba seca como un estropajo y su sabor… también era el de un estropajo.

Ante este panorama no quedó más que pedir la cuenta para salir disparados a esperar a la empleada, a ver si con las contracciones pre-parto podría de todas maneras cocinar una sopita de yuca y sustancia de pollo, para aquello de poder resistir hasta la noche.

Punto a favor: los precios. Muy asequibles, eso si se está dispuesto a una experiencia que puede ser similar a las cafeterías de obreros en Inglaterra.



El Desgraciado empieza a Opinar

El Desgraciado empieza a Opinar

A partir de hoy, y siempre que las circunstancias lo ameriten, el Desgraciado opinará sobre lo que le provoque. Política colombiana y mundial, gastronomía, moda, actualidad, arte... No dejará títere con cabeza cuando se merezca, pero asimismo reconocerá cuándo algo es digno de elogio.

Dirigido principalmente al público de Colombia sin perjuicio de que otros desgraciados puedan unirse también a esta red.