8 de abril de 2014

Un encuentro con Stella


Esta semana salí con mi compañera de trabajo y amiga Martha Lú a tomar un café. Decidimos ir a Juan Valdez porque preparan un buen café, tienen una variedad interesante de pastelería y hojaldres y el programa de puntos es realmente atractivo. El proyecto consistía en comprar un té chai tradicional y seguramente acompañarlo con un opulento palito de queso mientras comentamos las trivialidades del día.

A pesar de lo que había imaginado, cuando llegamos a la caja del lugar los planes cambiaron radicalmente. Mi corazón se detuvo de un salto y las lágrimas se asomaron en mis ojos. En la nevera ubicada al lado de la registradora había un nuevo producto que hasta entonces no se conseguía en la tienda de los caficultores colombianos: cerveza. Pero lo más emocionante del asunto es que no se trataba de cualquiera sino de la afamada belga Stella Artois.

El chai y el hojaldre sucumbieron inmediatamente ante la bebida lupulosa. El ahínco por adquirir el elixir fue superior a mis fuerzas y en menos de nada mis papilas se estaban deleitando con el amargo líquido mientras que el sol de la tarde transitaba por esa botella verde contenedora de placeres.

Nunca habían sido tan insuficientes las palabras para expresar mi regocijo ante un encuentro furtivo. De hoy en adelante, y sin excepciones, tengo una cita diaria con esa vieja amiga en las tiendas de Juan Valdez: la generosa, la especial y la comprensiva Stella. 

Hoy, un par de días después de haber visto por primera vez a la Artois en Juan Valdez, volví a su encuentro. Ella ya no estaba. El anaquel estaba vacío. El puesto de Stella lo ocupaban ensaladas de frutas viejas y sanduches fríos de nevera. Ya no había un receptáculo de manjares sino una morgue de comida. 

Esa situación suele pasar en este país donde la falta de respeto con el consumidor es constante. Gracias Juan Valdez por haberme regalado sonrisas. Gracias Juan Valdez por arrebatarme los sueños.

Mi encuentro con Stella en Juan Valdez Cafe

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