26 de abril de 2013

Preguntas acerca del Matrimonio Igualitario

Siete veces ha fracasado el intento de legislación del matrimonio homosexual en el congreso de Colombia. Son siete cachetadas a una colectividad que, aunque tiene derechos de segunda, está obligada a observar deberes de primera. A pesar de que el proyecto de legislación feneció a manos de los sumos inquisidores, fue un intento valioso porque le otorgó visibilidad a un puñado que ya no quiere más someterse a la oscuridad de los closets.


El martes pasado me senté juicioso a oír el debate en el que los senadores discutían si era conveniente permitir o no a las lesbianas, gais, bisexuales y transgeneristas casarse con personas en su misma condición. Debo confesar que ese ejercicio me fue ampliamente incómodo; no entendí por qué un puñado de personas (ninguna declarada abiertamente LGBT) dogmatizaba acerca de los derechos de un grupo social al que supuestamente son ajenos y que por lo mismo no conocen a profundidad.

Hubo congresistas que hicieron bien su tarea. Se presentaron excelentes intervenciones en favor del matrimonio igualitario en las bocas de John Sudarsky, Luis Fernando Velasco y Armando Benedetti. Se expusieron también argumentos en contra, recuerdo la de un tal Honorio Galvis que, aunque bastante babosa, trató de ceñirse a lo estrictamente jurídico del asunto. No obstante las antedichas excepciones, casi todos los expositores basaron su mediocre argumentación en prejuicios y convicciones personales que dejaron un gran sinsabor en el electorado que los entronizó en sus curules. En contravía a lo aseverado por los mismos congresistas, el debate no tuvo un nivel adecuado. Dicha situación es aún más grave si además tenemos en cuenta que de la totalidad de los 102 senadores, se presentaron inicialmente 54 y que cuando se clausuró el debate sólo se encontraban 11 de ellos.

La iniciativa siempre estuvo llamada a fracasar. Al pequeño velero defensor de la igualdad se le atravesaron los icebergs más anquilosados y pétreos. Ilva Hoyos, la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional (conocida en los pasillos del capitolio como el Movimiento Independiente de Renovación Absoluta -MIRA-) y la Iglesia Católica (en sus alas institucional -Rubén Salazar- y política -el Partido Conservador-), se interpusieron como vacas viejas en el camino. 

Los argumentos emanados por estas masas de hielo milenario se me mostraron como falaces, cínicos e hipócritas. Varios senadores invocaron a la Biblia como la luz ulterior de toda ley y, aunque el órden de las cosas hubiera sido que se leyeran únicamenet los artículos de la Constitución Política, recitaban de memoria y con toda fluidez los versículos del texto sagrado. Se manifestaron las mismas letanías que siglos atrás permitieron señalar que el sexo homosexual es escatológico, recreativo y estéril. Se plantearon alegatos (por lo demás profundamente revaluados) que pretendían demostrar que no se nace homosexual sino que se nace hombre o mujer y que, por lo mismo, hay que oponerse a que personas del mismo sexo se unan en cópula matrimonial. Se exhibieron tesis solapadas que referían que el fin último de todo matrimonio es la procreación y la conformación de una familia y que además, si dos hombres o dos mujeres contraían matrimonio la mujer heterosexual perdería toda dignidad. 

A raíz de tan valiosa, completa, acertada, magnánima, excelsa, sublime y perfecta argumentación me surgieron un par preguntas. Es cierto que estoy atentando contra una fantástica línea de razonamiento, pero no es por nada distinto a que mi cerebro (liberal), no ha sido ungido con la gracia que permite entender. Así, me permito formular los interrogantes suscitados con miras a que algún adalid de la familia tradicional me los responda (ojalá con argumentos actuales y no con aquellos con los que la inquisición condenaba a las brujas): 

¿Si el sexo es únicamente para la procreación, una mujer estéril no puede contraer matrimonio porque no va a poder procrear? 

¿Si una mujer casada pierde su matriz sin haber procreado, debe ser repudiada por su marido por no poder ser el receptáculo de su semilla?

¿Está viciado el matrimonio de una pareja que decide de común acuerdo no tener hijos? 

¿Se deben prohibir todos los métodos anticonceptivos toda vez que éstos permiten que el sexo se torne en una actividad recreativa? 

Si en todo caso están procreando, ¿Habría algún problema moral con unos esposos que alquilan un vientre para implantar un embrión proveniente de ambos, únicamente para evitar las molestias de un embarazo?  

¿Un matrimonio que opta por adoptar hijos es una unión inválida y contra natura toda vez que el vástago no ha sido procreado por la pareja? 

¿Son las clínicas de fertilidad la salvación de la institución del matrimonio por que en ellas los esposos infértiles podrían llegar a procrear? ¿De ser así, por qué no incluir en los Planes Obligatorios de Salud todas las terapias de fertilidad?

¿Por qué está permitida la adopción monoparental? ¿No sería ésta una congregación social repudiable por no existir un matrimonio del cual se desprenda una institución familiar?

¿Las madres solteras son parias de la sociedad por haber procreado por fuera de un vínculo matrimonial?

Si los homosexuales no pueden procrear, ¿significa esto que todas las lesbianas son estériles?

San José, a pesar de estar casado con la Santísima Virgen María, no procreó. ¿Es entonces él un ejemplo de persona que debe ser rechazada porque a pesar de estar unido en matrimonio no engendró un vástago?

¿De verdad creen los senadores que ante la falta de una ley que lo autorice, no existirán parejas de gais que vivan juntos y críen hijos?




23 de abril de 2013

El Desgraciado va a Psicoterapia

A raíz de mis experiencias de las últimas semanas decidí acudir, de nuevo, a psicoterapia. Dilucidé mucho acerca de si volver o no a donde mi antiguo psiquiatra o si sería conveniente decantarse por alguien nuevo. Después de muchos pensamientos y de una ardua búsqueda, por fin encontré en la hermana de una muy cercana amiga de la universidad al terapeuta idóneo. Se trata de una mujer joven y linda que, además de haber estudiado psicología, tiene la sabiduría milenaria de las culturas asiáticas producto de varios viajes físicos y espirituales que ha hecho por el oriente.

Llegué a un consultorio cálido y acogedor, muy parecido al de mi antiguo analista (¿será que en la universidad les enseñan exactamente cómo disponer el mobiliario y cómo decorar la habitación?). Me encontré con la psicóloga quien muy amable me invitó a sentarme y en menos de nada me encontré vociferando en contra de la vida y exponiendo la infinitud de sentimientos negativos que residen en mi alma. Un ataque de ansiedad me tomó por sorpresa ahí mismo: taquicardia, sudoración excesiva, respiración acelerada y tensión muscular se reflejaron en todo mi cuerpo. Me sentí como un gato encorvado a punto de atacar a mi nueva psicóloga pero ella, muy pausada, logró organizarme de tal forma que convirtió a la angustia en el camino para exponer las desventuras de mi existencia.

Luego de un relato torpe e incompleto de lo que ha sido mi vida reciente se evidenció mi inconformidad con el statu quo. En este escenario la terapeuta optó por hacerme una propuesta psicológicamente indecente: "¿qué tal si ponemos a dialogar a tu esfera racional con tu yo emocional? Seguro que tendrán muchas cosas que decirse mutuamente...". Accedí a ello. Situó una silla vacía en frente de mi y me pidió que cerrara los ojos.

Hice todo lo que me ordenó: quedar momentáneamente ciego a su merced, respirar profundamente, y hasta entrar en un estado de concentración que me conectó con el momento presente (nunca he creído en la meditación por considerarla etérea e irreal, sin embargo, ante mi actual desequilibrio emocional y energético me di permiso de intentarlo). Dijo con su voz amable que mis indicadores somáticos debían ser tenidos en cuenta y me exhortó a analizar cada célula de mi aún joven cuerpo y prosiguió: "En este instante tu mente racional y tu cuerpo emocional están separados. En la butaca frente de ti tienes sentada a tu mente. Tu eres ahora únicamente tu dimensión corpóreo-emocional. ¿Qué quisieras decir?"

Mi cuerpo intentó convulsionar en un ataque sentimental sin precedentes. Sentí la ira viva en el pecho, la ansiedad inmisericorde en el estomago, la frustración amenazante en los brazos y las ganas de salir corriendo en las piernas. No había quien controlara todo eso pues la Mente ya no estaba encargada de subyugar a las emociones, la Mente estaba en frente de mi, observándome burlonamente. Con mucho cuidado le dije lo muy triste que me sentía: "no puedo creer que seas tan rígida y no me dejes tener la posibilidad de expresarme. No puedo creer que insistas en quedarte anclada en un momento cómodo simplemente por ser cómodo...". El tono que utilizaba mi yo emocional iba en aumento: "¡No entiendo por qué insistes en obligarme a utilizar la rabia y la ansiedad como mecanismos para sentir que la vida no está vacía! ¿¡Por qué carajos le das cabida únicamente a la angustia y me haces sentir tan insignificante!? ¡COÑO! ¡Tu también necesitas de mi para trazar un camino!"

Quedé en silencio. "Sigue con los ojos cerrados", me instó la psicóloga, "y ahora cambia de puesto, siéntate en la silla de enfrente". Ya no me encontraba en los zapatos de mi yo emocional sino en los pies de mi Mente a quien yo mismo acababa de insultar hacía unos momentos. "Respira, conéctate con la Mente, y recibe todo lo que te acaban de decir... Desde este nuevo rol, ¿qué respondes?"

La Mente, tremendamente prepotente y airada, reafirmó que el control lo tiene ella y que no está dispuesta a modificar su esquema: "Lo siento si te estás sintiendo aprisionado en mi estructura, pero es lo que considero conveniente para que finalmente encontremos un camino. Me encantaría fluir como tu,  pero sin mis parámetros no vamos a llegar a ninguna parte". Un instante adelante volví a cambiar de lugar. De nuevo personifiqué a mi yo emocional y le dije "Mente, no seas prepotente. Si ambos dialogamos vamos a poder salir de esta petrificada zona de confort que nos es tremendamente inútil ahora..."

Volví a cambiar de puesto exhortado por mi psicóloga. Otra vez fui la Mente y manifesté: "mira cuerpo emocional, me da miedo darte a ti el control porque no sé a donde nos vas a llevar. Prefiero tenerte dominado, así puedo ser yo quien decide... Míralo como quieras, pero a mi parecer estás jodido..." Quedamos en silencio los tres: la terapeuta, mi yo mental y mi yo emocional. Fue necesario volver a cambiar de lugares y cuando retomé el rol de cuerpo sentimental, sentí una brutal necesidad de golpear a la Mente: "¡a ver, no seas tan Desgraciada, con tu rigidez no me jodiste a mi, nos jodimos ambos!"

La discusión entre mi razón y mi emoción duró casi una hora. La terapia más parecía un episodio de un paciente con trastorno de identidad disociativo (personalidad múltiple) o quizás la de un esquizofrénico. En una primera circunstancia, mientras me abrogaba el papel de mi Mente, actuaba como un dictador mientras que a los pocos minutos, al cambiarme a la silla de en frente, me veía a mi mismo como un ser sumiso que rogaba que lo dejen actuar para participar también en las decisiones de la existencia.

Al cabo de varios cambios de posición y gracias a las oportunas intervenciones de mi psicoterapeuta, mi yo racional y mi yo emocional trataron de llegar a un acuerdo: el primero se flexibilizaría un poco y tendría en cuenta lo que dice el segundo, pero siempre que éste mostrara resultados favorables. De lo contrario aquel volvería a retomar el control.

Abrí los ojos y me encontré otra vez en el consultorio, frente a una silla vacía y con la psicóloga mirándome. Me pidió que unificara todo lo que había vivido, me hizo ver que ambas partes en conflicto no son más que componentes de mi persona y que tratara de hacer cumplir el pacto entre la Mente y la emoción. 




16 de abril de 2013

¡El Desgraciado está de vuelta!

Luego de un par de semanas de un absoluto oscurantismo literario, el Desgraciado renace.


Desde el 19 de Marzo de 2013 no escribía una entrada. En ese último artículo les prometí a todos ustedes que no claudicaría y que escribiría semanalmente así fueran entradas cortas de baja calidad. Les mentí. Los abandoné. Los dejé a su suerte en sus rutinas sin la posibilidad de refrescarse brevemente en el oasis de mis artículos en mitad de sus tediosas jornadas. ¡Mea culpa! Ferié mis alas por unos cortos pesos tal como procedió Esaú con su primogenitura o como recientemente lo hizo Roy Barreras al regalarle su curul a sectas evangélicas. Pero ya he vuelto. Ya estoy aquí de nuevo con más fuerza y ahínco para seguir comentando lo que haya que comentar, seguir insultando a quien haya que insultar, seguir criticando a quien haya que criticar y seguir loando a quien haya que loar.  

En mi ausencia nos hemos perdido de muchos temas de los que habría sido placentero sentarse a escribir: El mundo ha visto la revolución eclesiástica a cargo del Papa Francisco mediante la cual quiere acercar la iglesia a quienes (lastimosamente) no hablamos latín, la muerte de Thatcher quien con su deceso nos permitió dimensionar su relevancia en el panorama mundial , el fraude electoral en Venezuela que le dio rienda suelta a un ex-busetero para que continúe con la revolución bolivariana, la franca decadencia de Colombia comprobada el pasado 9 de abril en la marcha comunista, o incluso una fuerte conjuntivitis que experimenté la Semana Santa. Por fortuna estos temas (salvo, ojalá la conjuntivitis), no están cerrados.

*     *     *     *

En este mes de desaparición cibernético-literaria me pude dar cuenta de la cantidad de seguidores de mis líneas. Un grupo considerable de personas, principalmente mujeres, hicieron saber de alguna manera que mis artículos les hacían falta.

Las más discretas optaron por escribir un correo: "Desgraciado tu fan # 1 está triste porque no estas escribiendo últimamente. Estás tan ocupado que no puedes? El talento que tienes no lo puedes desperdiciar, va en tu composición genética (...) Así que ponte las pilas, hay mucho de qué comentar!!!". Otras, por el contrario, me abordaban por la calle para exigir, amenazantes, que el Desgraciado volviese lo más rápido posible: "Es la última vez que le pido amablemente que vuelva a escribir, ¿queda claro?" No faltó el que me organizó el horario: "Llegas a la casa a las 7:00 PM, comes, te empijamas y escribes dos horas diarias ¡incluso te queda tiempo para un partido de tenis!" y hubo alguna estúpida que, siendo tan cercana a mi, no sabía de la real identidad de quien se esconde bajo la mascara de el Desgraciado: "estaba leyendo un blog buenísimo de un tal Desgraciado pero repentinamente dejó de escribir, espero que esté bien y que vuelva pronto..."

Cada comentario alimentaba mis ansias por volver a experimentar la felicidad de dejar que mis torpes dedos repicaran sobre las blancas teclas de mi computadora dejando fluir un río de expresión interna del alma. Cada petición de regreso se configuró como la cachetada que necesitaba para entrar en razón y para situar de nuevo a este magazín y a sus lectores en el tope de las prioridades. Pasaban los días y mi inquietud por redactar era creciente, sin embargo, aún me encontraba en otros lares escribiendo para otra persona, y claro, no lo hacía acorde a mi esencia.

Veía material para publicar en cada esquina de mi existencia sobre todo en mi nuevo ecosistema laboral donde yo me sentía como un audaz reportero de la National Geographic Society tratando de documentar la interacción de raros especímenes enjaulados. Pero no sólo allí, sino también en cada restaurante que visité, en el parto del hijo de la empleada, en las anécdotas de mi amigo el Pote quien recientemente confesó que lo pescaron con material triple equis en una junta muy importante, en mi clase de Justice (cátedra que se origina en la universidad de Harvard y que sigo por internet), en un paseo a la finca en el que el carro de uno de los invitados explotó y, en fin, en un sinnúmero de eventos que ni siquiera alcancé a anotar. 

Mi desasosiego aumentaba con el pensamiento de que mis asiduas lectoras podrían estar cambiando mis textos por algún gurú de la nueva era que les enseña a adelgazar mediante la comunicación con los ángeles y yo, mientras tanto, no tenía tenía tiempo ni ánimo de redactar. Luego de infinitas noches de insomnio y angustias, llegó el momento en que por fin decidí que si no me organizaba de tal manera que pudiera dedicarme a mi blog, mi cerebro explotaría como una olla express.

Retomar no ha sido fácil. Cambiar el estilo serio y elaborado que venía ejecutando en el trabajo por éste, fresco y encantador, no ha sido del todo sencillo. Temo muy seriamente que la ingesta de aguas aromáticas de oficina (que más parecen orines de gato enfermo) haya generado en mi estilo una mutación irreversible.